"Y sin embargo, sabíamos que también el odio contra la bajeza desfigura la cara. También la ira contra la injusticia pone ronca la voz. Desgraciadamente, nosotros, que queríamos preparar el camino para la amabilidad no pudimos ser amables. Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos en que el hombre sea amigo del hombre, pensad en nosotros con indulgencia".
Bertolt Brecht
Entraron a la habitación con la incertidumbre que produce atravesar una puerta por primera vez, sin saber qué horizonte espera adentro. Esos sentimientos que se hacen más intensos cuando se han atravesado tantas, cuando se atravesó por última vez la de la casa propia que hay que dejar atrás, a la fuerza, porque no se abandonan voluntariamente los recuerdos que hay en cada ladrillo. Dieron tres pasos y encontraron una rueca, una hilandera, el sonido de la rueda girando, de la lana envolviéndose, invadiendo el espacio, sorprendiendo a los 45 espectadores que se aventuraron a atravesar el umbral y que harían parte del proyecto.
Fue un proceso de formación con personas desplazadas, para la reflexión, la creatividad y la solidaridad. Se llamó La Rueca como una construcción simbólica, "porque la rueca lo que hace es unir esa madeja, y nosotros le apostábamos mucho a eso, a la construcción de tejido social. Había una apuesta por la acción colectiva desde el principio. Nos interesaba que esos sujetos se pensaran de forma individual, se repensaran su proyecto de vida y trataran de resignificar lo sucedido", explica la investigadora de Región, Catalina Cruz.
El desplazamiento se convirtió en un tema recurrente en las preocupaciones e iniciativas de Región. El proyecto supuso aplicar los aprendizajes del trabajo que habían realizado del 2002 al 2006 con población desplazada en Altos de la Torre y El Pacífico, en la Comuna 8. A partir de ahí se enfrentaron al reto de hacer algo al respecto en una época en la que la indiferencia y el desconocimiento de esas realidades crecía al mismo ritmo que la cantidad de ranchos en las laderas del Valle.
Significó entonces pensar en nuevas metodologías, nuevas formas de abordar los temas y cambiar las estrategias logísticas, porque no era lo mismo trabajar con líderes comunitarios que con personas que traían las cicatrices de la guerra y marcados problemas sociales, como los bajos niveles de lecto-escritura y su poca relación con ciertas temáticas que debían tocarse en esa apuesta por transformar las subjetividades políticas de los participantes.
Se reunieron cada domingo, y por primera vez se pensó en las necesidades de la población que haría parte del proyecto. Espacios dignos, transporte, alimentación, acompañamiento psicosocial y jurídico, cuidado de sus hijos para que estuvieran tranquilos en las sesiones que duraban todo el día, hacían parte de las condiciones mínimas para trabajar con esta población. Para que esos cuerpos afectados por la violencia se dispusieran diferente frente a la vida, para que "hicieran memoria en el presente, del pasado, pesándose en el futuro", agrega Catalina.
Escribieron, dibujaron, nombraron, recordaron... Fue un proceso significativo, que desde lo simbólico trabajó el cuerpo, que le permitió a los participantes aprender a leer en algunos casos, a elaborar la rabia, a recordar lo que eran antes del desplazamiento, para que su referente único de identidad no fuera el de víctimas, porque eran madres, campesinos, artesanos, hijos, porque antes de la guerra había más que muerte y dolor, "porque antes de la guerra había vida", cuenta Marta Villa, directora de Región.
Los participantes, cuyo rango de edades iba de los 17 a los 70 años, se enfrentaron a sus experiencias, se preguntaron por los los derechos humanos y por las subjetividades políticas encaminados a las acciones colectivas. Recorrieron y sintieron la ciudad, conocieron las instituciones necesarias para ejercer eso de ser ciudadano, para acercarse a esos códigos desde la lecto-escritura y enfrentarse a esas dinámicas de la urbe tan desconocidas para quien llega a la deriva a un río tan caudaloso como Medellín.
El enfoque de género se venía trabajando mucho en Región por aquella época y permitió que se pusieran en discusión las relaciones de poder y la subordinación como elementos importantes en la comprensión de la guerra. "¿Qué tanto la guerra está mediada por esta construcción de relaciones patriarcales?", era una de esas preguntas que se le hacían a esos hombres y mujeres tan inmersos en esa cultura machista tan común en el campo, recuerda Catalina.
Héctor Abad Gómez hizo alguna vez la analogía de la sociedad como un organismo vivo con mecanismos de interrelación muy complicados y sensibles, en el que las células nerviosas hacen parte vital, "las personas que manejan ese mecanismo son seres humanos, como tú y yo. De nuestra salud o enfermedad mental, es decir, de nuestra ética, depende, en mucha medida, la salud del mundo", puntualizó. Región, el cambio de mirada en el trabajo con las víctimas, los procesos como La Rueca, son ejemplo de esas células nerviosas trabajando en la construcción de ese tejido social tan necesario en sociedades democráticas y sanas.