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Entre las redes neuronales y los entretejidos de un complejo fractal

Después de contar hasta cien, de contemplar el agua corriendo, de buscar los mejores caminos para bajarse de la enorme piedra, encontrando como única salida el tortuoso camino por el que habían llegado allí -una especie de pasillo de la vergüenza- dieron el paso al vacío... saltaron. Lo paradójico es que después del primer paso el camino a la piedra se hizo más transitable, pero no menos difícil. Una vez cae la primera gota es imposible parar el aguacero.

En el proceso de maduración de las ideas se detuvieron en puntos álgidos de esa forma cíclica e irregular que tienen las conversaciones, pasaron de pensar que todos estábamos conectados, asegurando que las personas podían contener muchas otras adentro, a descubrir que la memoria eran proteínas que se enlazaban y que la memoria colectiva era el tejido que se enlazaba con otros tejidos, en un complejo fractal.

Se iniciaron en el arte del croché y fue su deseo plasmar en dos proyectos algunas estructuras del gran fractal de la memoria e invitarlos a todos a formar parte del club de costura.

La piel de la memoria

"El museo podía confundirse fácilmente con un osario, ese pabellón de las iglesias dedicado a guardar los huesos que se han secado en las sepulturas. Un osario, por supuesto singular, pues no había un solo hueso en exhibición. Las vitrinas plateadas, los bombillos, los objetos de los finados, los suspiros, las maldiciones, las lágrimas, las sonrisas. Fotografías, anillos, escapularios, bolígrafos, estampas, billeteras, pañuelos, vestidos que traían la imagen de los cientos de muchachos muertos en un duelo barrial que se prolonga por generaciones".
Patricia Nieto

Corría el año de 1997 y Medellín se había convertido en el epicentro de las secuelas de la época más inclemente del narcotráfico. Los jóvenes de Medellín se mataban unos a otros inmersos en esa lógica conquistadora de controlar los territorios, aportando más números a los listados de muertos, y eran tantos que ya no se sabía por cuál llorar, tantos, que los rostros y los nombres se empezaban a perder en las cuentas del olvido. Era un momento crítico y se requerían acciones concretas. La Asesoría de Paz y Convivencia para Medellín buscó dos actores estratégicos para que ayudaran a consolidar el pacto de no agresión que se daba en el Barrio Antioquia -o Trinidad si se busca en un mapa oficial- por aquellos días.

La Corporación Región y la Corporación Presencia Colombo Suiza realizaron el proyecto Historias de Barrio, que buscaba reconstruir el tejido social a partir de la historia individual y colectiva de los participantes en el proceso, que en su mayoría estuvieron vinculados directamente con un conflicto barrial que tantas cicatrices había dejado en las personas y el territorio.

La segunda parte de esa apuesta por aliviar el dolor de los habitantes de ese lugar atestado de recuerdos amargos se llamó La Piel de la Memoria, y se llevó a cabo en 1998 de la mano de la antropóloga Pilar Riaño y la artista Suzanne Lacy, partiendo de la idea de la elaboración del duelo como elemento vital en el proceso de convivencia de una comunidad tan golpeada por la violencia.

Fue un proyecto de arte público en el que se pretendía hacer un museo de la memoria en un bus, que se moviera, que fuera efímero... que recorrió durante diez días distintos lugares del barrio y terminó por ser el producto de un proceso que dejó preguntas y grandes aprendizajes en las personas que participaron en las diversas etapas de La Piel de la Memoria.

"Lo que contenía eran objetos que guardaban las memorias de sus dueños y los recuerdos asociados a esas memorias, y que tenían un valor singular, particular y significativo para los dueños, los poseedores de los objetos, es decir, allí el objeto dejaba de ser objeto para convertirse en memoria. Debía ser itinerante porque el reto era que recorriera los diferentes sectores del barrio que no se podían comunicar, por razones de la guerra y el conflicto que se vivía allí", explica Mauricio Hoyos (Q.E.P.D.), investigador de Región que participó en el proyecto.

La idea era que la mayor cantidad de personas del barrio conocieran el bus y que a través de los sentidos experimentaran esos recuerdos para no olvidar, en el museo de la memoria itinerante en el que algunos objetos se volvieron emblemáticos gracias al voz a voz de partícipes y visitantes.

"Está el pantalón de 'Tuñeco', una persona que hizo parte de los conflictos armados, que decían que estaba rezado y que no le entraban las balas. Pero finalmente fue asesinado en la 65 con 25. Entonces quienes lo mataron querían ver el pantalón de 'Tuñeco', que lo conservaba una amiga de él. El día que llega el bus al sector donde están los asesinos de 'Tuñeco' se suben a ver el pantalón, pero es tan fuerte el impacto que no hubo gestos de irrespeto frente al tema. Todo el mundo fue muy respetuoso frente a las memorias del otro. En ese momento 'Tuñeco' deja de ser el enemigo y se convierte en alguien más que es víctima de una circunstancia", recuerda Mauricio, y agrega que no se trataba de legitimar al asesino, sino más bien de reconocer nuestra condición de humanidad.

Un bus de la memoria que recorre la ciudad

"Somos nuestra memoria,
somos ese quimérico museo de formas inconstantes,
ese montón de espejos rotos".
Jorge Luis Borges

La ruta empezaba y terminaba en el Museo Casa de la Memoria y hacía parte de las iniciativas de Mayo por la vida del 2013. Era el resultado de dos meses de trabajo con 8 mujeres y 3 hombres que reconstruyeron su experiencia en un contexto violento del conflicto armado y a los que el proyecto llamó Gestores de Memoria, para dejar de llamarlos víctimas.

Cuatro artistas recogieron esos recuerdos y vivencias para materializar en el interior y exterior de un bus, que recorrería las calles de la ciudad, la experiencia de estas 11 historias, y visibilizar las realidades de las 4.8 millones de personas que fueron desplazadas de sus territorios desde el 1998, el dolor tras 6.6 millones de hectáreas de tierra de las que fueron despojadas de 1980 a 2010, los 800.000 muertos, los 17.000 desaparecidos, los 40.000 secuestrados y las 5.645.911 victimas del conflicto armado en el país de 1985 al 2013.

Así fue como un bus cubierto de nubes, en un cielo azul que simbolizaba la esperanza, recorrió Medellín con la consigna de recordar para no olvidar. En el que, el maletero pretendía mostrar el éxodo, la nostalgia por esos afectos, lugares y personas que se perdieron. Las ventanas con los retratos de las víctimas que miraban también al exterior, revelaban presencia y ausencia en el presente. Los maleteros que contenían fragmentos de rostros, enseñaban gestos que pronunciaban dolorosos actos violentos de los que fueron testigos y al mismo tiempo voces empoderadas convocando a la Justicia, la Verdad y la Reparación. El piso, era la vieja baldosa cargada de las historias de ese lugar al que se creía pertenecer.

En ese espacio para recordar y honrar la memoria de los desaparecidos, los olvidados, las víctimas anónimas, que se pueden nombrar desde la experiencia que ofrece el museo itinerante al cruzar la puerta. Las esferas con machetes, billetes, fotos, que rodaban libres por el espacio, que estorbaban y encarnaban la resistencia al olvido, la peor de las muertes, mostraban esa lucha de los que se fueron y de los que quedan por el Nunca más.

50 años de conflicto en el país.