Entre las balas, que parecen haber formado siempre parte del panorama, y las pequeñas luces que pueblan el Valle, está la gente, la vida, las ansias, el cauce de los ríos bajo el asfalto, recorriendo en silencio historias remendadas con recuerdos y la negación de perder la memoria. Alrededor de 1989 nace la Corporación Región, comprometida con la defensa de los derechos humanos, las libertades colectivas e individuales y un ideal de bienestar para la comunidad en general.
En esa búsqueda de construir un tejido social democrático y en paz, surge en 1994 el proyecto Procuradores Comunitarios. Pensar en la formación en derechos humanos fue una de las alternativas que se abrió paso en medio de las calles atestadas de crímenes impunes y de jóvenes que sorteaban sus vidas a la nada vestida de "mejores oportunidades". Visto desde una dimensión jurídica, se pensó en la creación de los semilleros de DDHH, así como en generar herramientas e instituciones para la defensa de los mismos, como quien enciende un pequeño faro en medio de la noche.
Catalina Cruz Betancur, integrante de la Corporación Región, explica cómo se vivieron esos primeros pasos y los obstáculos que, para la época, hubo que superar con la firme convicción de mostrar que no todo estaba a la deriva, que había un sendero, que también se desarrollaban acciones que aportaban a la convivencia, a la defensa del territorio, a la exigencia de derechos, y que las balas de los cañones no eran las únicas que tallaban las fachadas de las casas.
Para 1995 Catalina era estudiante de derecho en la UPB y había conocido Región por el proyecto de procuradores comunitarios, el cual implicaba, entre otras cosas unos cursos sobre derechos humanos. Era Procuradora Universitaria y trabajó como voluntaria en una iniciativa que emerge de manera colectiva y que buscaba encaminar a líderes en los territorios para la salvaguarda de la integridad física y social de jóvenes, niños, niñas, ancianos, hombres y mujeres que habitaban los barrios y comunas de Medellín. También en una iniciativa denominada Semillero de Derechos Humanos, en el que se trabajaba con niños y niñas, la enseñanza y promoción de los derechos humanos desde metodologías activas y lúdicas.
Fueron tareas reconfortantes pero en algunos momentos adversas, dadas las condiciones asociadas al conflicto armado y las violencias que se vivían en los barrios. El fenómeno de las milicias era bastante complejo, alguno niños portaban entre sus ropas armas que incluso triplicaban el tamaño de sus pequeñas manos y que al mismo tiempo pertenecían al proyecto, representaban una gran contradicción a la que había que enfrentarse.
"Tuvimos momentos en los que la confrontación armada amenazaba con arrebatarnos lo único que teníamos para impulsar este sueño: la vida, las ganas. Un día, en medio de una balacera tuvimos que correr a refugiarnos en el colegio; no existían los celulares, la comunicación era difícil y ante semejante situación todos estábamos improvisando con nuestro propio instinto de conservación", recuerda Catalina, y agrega que lo único en lo que pensaban era en que no le pasara nada a los niños con los que estábamos en el taller.
Región, siempre enfocada en comprender las diversas formas de la violencia, las migraciones, la educación y la creación de memoria colectiva siguió adelante, aún con los miedos, pero al mismo tiempo con las ansias de forjar un territorio habitable, en armonía y paz; para ello se dotó de unas medidas de seguridad y acompañamiento, tanto para los grupos de trabajo como para las personas en los territorios.
"El hecho de ser mujeres, quienes visitábamos los barrios, nos daba cierta protección frente a los violentos", explica Catalina recordando esos difíciles años 90's, donde el narcotráfico escribió un capítulo aterrador e inolvidable para Medellín y para el país, sin embargo, los semilleros en barrios como Villatina y el 8 de Marzo, la unión entre estudiantes de universidades y líderes comunitarios le dio una solidez inimaginable al proyecto, y planteó un objetivo común que se mantuvo, aún en medio de las violencias.
Los procesos de formación no fueron sólo una herramienta que proyectaba Región hacia la comunidad, cada tarde vivida, cada reunión compartida, cada cátedra, cada estruendo, cada obstáculo, retroalimentaba a quienes abanderaron el proceso, les hizo pensar en su propia seguridad, en implementar planes de protección y en buscar salidas para que proyectos como éste tuvieran vida y se fortalecieran.
La violencia parece ser inherente a la condición humana, pero también la resistencia y la solidaridad. Lo valioso de estos fenómenos es que a través de ellos los colectivos pudieron recuperar un poco de ese de paraíso perdido entre la política y la guerra, en medio de un trabajo colaborativo que se procura como quien clama aire puro en medio del cemento. Región invita a la reflexión y trabajar desde las ideas, al conocimiento de los derechos, la exigencia de los mismos y a la valoración del presente como fruto de un camino ancho y lleno de peldaños, que sólo los corazones henchidos de justicia se atreven a escalar.