"¿qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de consumo y humo?
¿vértigo? ¿asaltos? ¿discotecas?
también les queda discutir con dios
tanto si existe como si no existe
tender manos que ayudan / abrir puertas
entre el corazón propio y el ajeno /
sobre todo les queda hacer futuro
a pesar de los ruines de pasado
y los sabios granujas del presente".
Mario Benedetti
A principios de la década de los 90, Medellín era una de las ciudades más violentas del mundo. En 1991, la tasa de homicidios ascendió a 383 por cada 100 mil habitantes, y sólo en ese año fueron asesinadas 6.313 personas. Las calles de la capital antioqueña se convirtieron en un campo de batalla: la guerra que se declararon narcotráfico y fuerza pública parecía no dar tregua, además de las milicias urbanas que las guerrillas plantaron en los crecientes barrios de las laderas del Valle de Aburrá.
El miedo y la zozobra en que vivieron los medellinenses la década de los 90 convirtió a la juventud en sinónimo de violencia. Los "pelaos" de No nacimos pa' semilla, de Alonso Salazar, y los muchachos de Rodrigo D No futuro y La vendedora de rosas, películas de Víctor Gaviria, se convirtieron en el imaginario que tenía la ciudad sobre sus jóvenes. La marihuana, la coca, el alcohol sin medida, las fiestas desenfrenadas, las motos, los encargos, los muñecos, la venganza, el patrón, el jíbaro, la muchacha bonita, la puta, los de la otra banda: la juventud del no futuro.
La Asamblea Constituyente de 1990 declaró a Medellín en estado de emergencia social, y se creó la Consejería Presidencial para Medellín. De allí surgió el Programa Especial para la ciudad, una serie de estrategias que buscaban mejorar la convivencia. La juventud fue uno de los principales focos del Programa.
Fulvia Márquez, una enfermera que nada sabía sobre la juventud de los noventas, se los encontró de frente, "parados en una esquina", en las calles de Santo Domingo que en ese tiempo no era lo mismo que ahora: sin Metrocable, sin Parques Biblioteca, sin esperanzas. "Subir a Santo Domingo era peligrosísimo en esos 'colectivos de la muerte'", recuerda Fulvia, refiriéndose a los microbuses que subían y bajaban por las calles empinadas de la Comuna 1 a velocidades extraordinarias.
Y ahí estaban los jóvenes: unos parados en las esquinas y otros encerrados en sus casas, haciéndole la guerra a la guerra desde la retaguardia: apartándose de ella. Pero ni los unos ni los otros tenían en sus barrios algún lugar seguro donde encontrarse. "Los jóvenes necesitaban un espacio para la formación y para el encuentro", recuerda Fulvia; y de esta necesidad nacieron las Casas Juveniles, iniciativa que cupo dentro de las estrategias del Programa Especial para Medellín. El ICBF y la Corporación Región también hicieron parte del proyecto.
Se construyeron 15 casas juveniles en los zonas más pobres y vulnerables de la ciudad, aunque no de la nada, por supuesto. Las casas ya estaban, algunas eran sedes comunales y otras de particulares. La Alcaldía compró varias y se dieron en comodato. De las casas se apropiaron los grupos juveniles de la zona, y la Corporación Región se encargó de apadrinar a los grupos y de dirigir el proceso de formación. Fue toda una apuesta pedagógica con jóvenes en situación de pobreza y de delincuencia, pero antes que nada fue la posibilidad de que los jóvenes tuvieran un lugar para el encuentro.
"¿Usted a qué vino aquí si nosotros somos la escoria?", le dijo una vez a Fulvia uno de los muchachos de los barrios, quien recuerda que en ese tiempo "me tocaba ir a uno o dos entierros cada semana". Y eran precisamente esos jóvenes los que intentaron atrapar las Casas Juveniles. Música, cine, teatro, y procesos de formación política llenaron estos espacios. Pero más que las casas, afirma Fulvia, el asunto más importante era que los jóvenes tuvieran un espacio para ser jóvenes, o sea, para ser creativos, curiosos, rebeldes y para apostarle a las transformaciones sociales. Esos son los jóvenes del Sí-Futuro.
De las 15 casas que se crearon en la década de los noventas sobrevive sólo una: la del barrio Popular. Esto porque, según Fulvia, hoy sí existen espacios de encuentro en los barrios: Parques, Bibliotecas y espacios al aire libre, mejores opciones de transporte, vivienda y educación, han transformado el panorama de la ciudad que ya no es la más violenta y en cambio sí está henchida de jóvenes esperanzas.