Pilar Riaño Alcalá
PhD en Antropología y Profesora asociada de la Universidad de la Columbia Británica. Es autora del libro “Jóvenes, memoria y violencia en Medellín. Su trabajo como investigadora dentro del GMH se ha centrado en estudios sobre memoria y resistencias. Fue relatora del informe de” Bahía Portete: Mujeres Wayuu en la Mira” y “Comuna 13: La huella invisible de la guerra” y co-relatora de “San Carlos: memorias del éxodo en la guerra”, “Bojayá: la guerra sin límites” y “Mujeres y guerra: víctimas y resistentes en el Caribe Colombiano”.
Resumen
Expongo en este texto la trayectoria de la noción de víctima, su instauración y sus usos como sujeto y lugar de enunciación del campo de la memoria histórica, para para rastrear los enlaces entre derechos humanos, memoria y construcción de paz. Esta relación ha sido objeto de debates que interrogan la conformación de un poderoso régimen global de derechos humanos con sus tratados, convenciones, normas, instituciones y su operación con cierta autonomía, del poder de los Estados nación (Levy, D., & Sznaider, N., 2010). Para el caso colombiano, existe un amplio número de trabajos que documentan la incursión de los derechos humanos en el país.
Memoria y Derechos Humanos: La Noción de “Víctima”
Como puede verse, seguimos pensando nuestro trabajo como una mezcla de anhelo utópico y de guía para la vida. En este sentido nuestro programa sigue consignado en palabras fundamentales como el artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Editorial Revista Región, Noviembre 23, 1999
El origen de la Corporación Región en los años ochenta coincide con la instalación en el país, de los derechos humanos como lenguaje para nombrar las experiencias individuales y colectivas de las violencias en el conflicto armado, y como lugar articulador de las protestas sociales y la negociación con el Estado1. En el año dos mil, la trayectoria de Región demuestra cómo los derechos humanos se enlazan con el campo emergente de la memoria histórica2 y y de las transformaciones ocurridas, en los movimientos sociales, con la profesionalización de los derechos humanos y su persistencia como medio de denuncia y de visiones alternas sobre la sociedad y la justicia. Estos temas y sus debates han estado atravesados por el de la paz, el olvido, la verdad, el perdón y la impunidad. La construcción y defensa de la paz, ha sido también, eje central y la manera en que la Corporación ha pensado y soñado la ciudad y el país.
Expongo en este texto la trayectoria de la noción de víctima, su instauración y sus usos como sujeto y lugar de enunciación del campo de la memoria histórica3, para para rastrear los enlaces entre derechos humanos, memoria y construcción de paz. Esta relación ha sido objeto de debates que interrogan la conformación de un poderoso régimen global de derechos humanos con sus tratados, convenciones, normas, instituciones y su operación con cierta autonomía, del poder de los Estados nación (Levy, D., & Sznaider, N., 2010). Para el caso colombiano, existe un amplio número de trabajos que documentan la incursión de los derechos humanos en el país. En los años setenta y ochenta, los grupos de izquierda acogen este lenguaje como medio para la acción política frente al Estado, en el contexto del Estatuto de Seguridad del gobierno de Turbay Ayala, del aumento de la represión estatal contra los movimientos sociales y, en la búsqueda de protección de la población civil frente a las amenazas y abusos de los actores armados (González-Jácome, 2016). Fernanda Espinoza (2019) describe el surgimiento de la víctima como sujeto testimonial y sujeto público en escenarios como el primer Foro Nacional de los Derechos Humanos en 1979; a partir de entonces y como lo describe Luis van Isschot en su trabajo sobre Barrancabermeja, el lenguaje de los derechos humanos hace inteligible la violencia política, a funcionarios estatales y a su vez, adquiere relevancia como principio ético de las relaciones sociales, en particular entre el Estado y sus ciudadanos.
Si bien en las últimas tres décadas, el discurso de los derechos humanos se institucionaliza, profundiza y adquiere peso simbólico y político para legitimar la transparencia y “buenas prácticas” de las instituciones del Estado (ejército, alcaldías, presidencia); la paradoja que continúa marcando al país, es que uno de los grupos más estigmatizados y a la vez con mayores índices de victimización mediante amenazas, asesinatos selectivos, desaparición y exilio, es el de defensores de derechos humanos. La profesionalización del campo no ha derivado en protección y podría decirse que el “compromiso con las víctimas” y la incorporación de dichos discursos en manuales, unidades y regulaciones de instituciones estatales y no estatales, ha operado como universo paralelo a la criminalización y victimización de líderes sociales y defensores de derechos humanos y ambientalistas. En parte esta fricción e incoherencia, mantiene vigente el debate sobre la impunidad y los tipos de justicia, memoria y verdad que se necesitan en el país, para sostener la paz y pensar la reconciliación; a la vez nos recuerdan como el poder se pone en juego en estas discusiones, así como la capacidad de negociación e interpelación de los diferentes actores sociales en campos desiguales de poder.
Por otra parte, y como argumenta Iván Orozco (2015), la consolidación de los derechos humanos y los trabajos de memoria histórica como discursos globales, están entrelazados con la conformación de una conciencia humanitaria que surge en las postrimerías de la segunda guerra mundial, del holocausto judío y con los juicios de Núremberg. La generalización del discurso sobre las víctimas y la atención dada a los temas de memoria, reparación y reconciliación en Colombia, desde mediados del año dos mil, se entiende en la convergencia de esta conciencia humanitaria y las tendencias mundiales de universalización del discurso de los derechos humanos. Igualmente responde a la presión ejercida a los Estados nacionales por instituciones supranacionales como la Corte Interamericana de Derechos Humanos y la Corte Penal Internacional. Este cambio de sensibilidades, sostiene Orozco, se remite al reconocimiento que adquiere en la segunda mitad del siglo XX, el discurso sobre la necesidad, y el deber de la memoria y del castigo, para hacer frente a las atrocidades del pasado y enfrentar las tareas de la reconstrucción social
En Colombia esta relación se expresa más claramente a finales de los años noventa, cuando en el contexto de la desmovilización de los grupos paramilitares, que hacen parte de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), se decreta la Ley de Justicia y Paz, se crean la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación y el Grupo de Memoria Histórica . Este es un periodo en el que también florecen, de parte de organizaciones sociales, organizaciones de víctimas y comunidades afectadas por la violencia (GMH, 2009), las prácticas conmemorativas de dignificación y defensa de la memoria a nivel local y regional, como vehículos de resistencia.
En Colombia, esta relación se expresa más claramente a finales de los años noventa, cuando en el contexto de la desmovilización de los grupos paramilitares, que hacen parte de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), se decreta la ley de Justicia y Paz, se crean la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación y el Grupo de Memoria Histórica4. Este es un periodo en el que también florecen, de parte de organizaciones sociales, organizaciones de víctimas y comunidades afectadas por la violencia (GMH, 2019), las prácticas conmemorativas de dignificación y defensa de la memoria a nivel local y regional, como vehículos de resistencia.
El uso de la noción de víctima tiene su propia genealogía y una historia más reciente. Nicolás Rodríguez (2017) expresa que si bien Colombia tiene una larga historia de: violencia y conflicto armado, de conformación de comisiones de esclarecimiento histórico y, de atención a afectados por los desastres ambientales y por las violencias; la noción de víctima como categoría moral, legal, y socio política, empieza a usarse en los años noventa. Antes, durante La Violencia, se manejaba la categoría de “damnificado” y los programas de asistencia, se enmarcaban en lógicas de rehabilitación. Rodríguez traza las razones históricas que contribuyen a la asociación entre víctima y desastre “natural” para evidenciar las tensiones que atraviesan este enlace entre derechos humanos y memoria histórica: una noción de víctima “como depositaria de un desastre inherente” y de la violencia, como una fuerza natural que vacía de significado político y social, las acciones de las personas afectadas por la violencia política o los desastres humanitarios.
Subyacente a estas asociaciones, argumenta Rodríguez, está la no diferenciación entre desastre natural y violencia política, así ésta se naturaliza porque se ve como impredecible e incontrolable y corre el riesgo, de presentar una visión a-histórica de los repertorios de victimización en la guerra o de los desastres humanitarios. Por ello, las personas que han sido víctimas de eventos como el desplazamiento forzado, “aparecen ante la ciudadanía desprovistas de textura regional, moral e histórica”.
La noción dominante de victima que informa a los procesos contemporáneos de justicia transicional, se basa en el discurso de los derechos humanos y se asocia a alguien (individual o colectivo), que ha sido agraviado y ha sufrido pérdidas (humanas, materiales, culturales o de libertades) y enfrentado situaciones traumáticas. En la trayectoria institucional de la atención a víctimas en el país, observamos que fueron cada vez más las nociones de víctima, enmarcadas en la de trauma y en los discursos morales y psicológicos sobre el sufrimiento y la victimización. La preponderancia de estos discursos sobre el trauma y el impacto psicológico para justificar y caracterizar los trabajos de memoria histórica, reducen el papel de las Comisiones de la Verdad y los tribunales, a mecanismos para que las víctimas y las sociedades curen sus traumas del pasado. El legado de una visión sobre las personas afectadas por desastres o violencia, como damnificadas y, las nuevas configuraciones del discurso de víctima alrededor del trauma, se debaten entre el impulso hacia la naturalización de la violencia y el de cargar, a la memoria histórica, con una función redentora de la verdad y de la sociedad.
Los mecanismos formales de búsqueda de la verdad, como los tribunales y las comisiones, tienden así a operar dentro de un paradigma de memoria en el que los testimonios personales, se enmarcan en lo que Rosalind Shaw (2007) llama mecanismos de "redención" y de "responsabilidad moral" histórica. El testimonio del testigo en este paradigma dominante se construye, como un componente clave para garantizar la efectividad social de los imperativos de no repetición y, a menudo, se enmarca como un medio para facilitar el cierre del duelo y la sanación de la víctima. De manera problemática, el paradigma de la memoria redentora, asumida dentro de los procesos y el pensamiento de justicia transicional, tiende a ignorar las complejas disputas sobre la memoria que dan forma a los testimonios públicos; también, descuida los diversos puntos de vista y funciones sociales en los que se promulga el testimonio de testigos y otras prácticas de memoria social de carácter más local o social, que operan por fuera de estos espacios formales nacionales o supranacionales y con objetivos bastante diferentes.
Para dar cuenta de las maneras plurales en que la noción de víctima se usa en el ámbito público y del entramado dinámico en el que múltiples narrativas y actores trabajan y disputan las asociaciones simplistas entre víctima y pasividad o víctima y trauma o desastre, es importante anotar como en estos mismos años y contexto socio político, “las víctimas” y sus organizaciones se ubican como interlocutores políticos centrales y como emprendedores de importantes iniciativas de memoria histórica. Este posicionamiento reciente de las víctimas, en el centro de los discursos sobre la guerra y la paz y en los procesos de memoria, es una conquista del trabajo de las organizaciones sociales y de sus luchas por la memoria.
La profesora María Teresa Uribe ha sido elocuente al expresar que sociedades como la colombiana que han sufrido violencias endémicas, se enfrentan a dolores y duelos individuales y colectivos; a duelos y dolores que circulan simultáneamente ámbitos íntimos, privados y públicos (2003). En este contexto, la labor de la memoria histórica es vista como proceso colectivo de recuperación de historias y duelos silenciados y como estrategia para contrarrestar una especie de pacto social histórico de silencio y olvido. De esta manera, la memoria se consolida en Colombia en la década del 2000, como un campo autónomo de esclarecimiento histórico para la construcción de paz, y democracia.
Las víctimas y sus organizaciones fueron interlocutoras centrales en las negociaciones, propuestas y arreglos que sustentan la formulación de la ley de víctimas del 2011 y del acuerdo de paz en el 2016. Sus aportes y proyectos pueden rastrearse en el contenido de los textos5 y en procesos e iniciativas de memoria a nivel local (los primeros años del Museo Casa de la Memoria en Medellín o del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación en Bogotá) y a nivel nacional en el Centro Nacional de Memoria Histórica (Museo de Memoria Histórica hasta el 2018); están también presentes en las organizaciones de la sociedad civil (las galerías de la memoria de Movice, los informes de memoria histórica de Región, el IPC y la Ruta Pacífica de Mujeres por la Paz). En cada una de estas instancias, el conocimiento, documentación y relatos de las víctimas se encuentra en la producción de textos, exposiciones, cronologías y periodizaciones de eventos emblemáticos y ejemplares, de la guerra y de las afectaciones y respuestas de quienes los han vivido.
En este contexto la noción de víctima se asocia con la de sujeto de derechos, de resistencia a la impunidad, al silenciamiento y la desmemoria, y a la de constructores y gestores de memoria histórica (CNMH 2013). En un artículo que escribimos con María Victoria Uribe sobre el Grupo de Memoria Histórica (GMH), nos preguntamos sobre las dinámicas históricas y las razones a partir de las cuales, se construye una especial sensibilidad hacia las víctimas y las nociones de víctima, implícitas en nuestro propio quehacer investigativo como Grupo con sus inclusiones y exclusiones. Anotábamos como se llevó esta discusión al ámbito epistemológico, al trabajar desde la siguiente premisa: quienes vivieron la guerra y/o fueron testigos de actos de violencia, son sujetos productores de relatos, historias e interpretaciones sobre lo que sucedió y por consiguiente, dichos relatos hacen parte de la labor de esclarecimiento histórico. Adicionalmente el GMH planteó el trabajo de memoria histórica tanto en su dimensión esclarecedora, es decir, revelar y documentar los hechos, las cifras y las responsabilidades en las violencias, como en la construcción de relatos en los que convergen múltiples voces, experiencias y perspectivas.
Al rastrear el trabajo del Grupo en documentos e intervenciones de interlocución con comunidades y organizaciones, las metodologías y las maneras en que se elaboran informes concluimos que:
Las víctimas son agentes sociales, políticos y de derechos, pero, como parte de un universo heterogéneo tanto en su composición socio demográfica, como en la manera en que se reconocen o nombran (CNMH, 2013). Se llamó la atención sobre los modos tan diversos en que las personas se reconocen como sujetos víctimas; el rechazo al uso de esta categoría por parte de algunos sobrevivientes y, la necesidad de reconocer y legitimar los modos de nombrarse de quienes han sufrido y sentido el impacto de la guerra, incluyendo a quienes cuestionan la asociación de la condición de víctima con un evento específico (por ejemplo una masacre) y no con una trayectoria histórica o un régimen de opresión (por ejemplo la colonización o la esclavitud) (Riaño y Uribe, 2016).
También registramos la enorme tensión y paradoja surgidas con la difusión masiva de los productos escritos y visuales y los trabajos de investigación del GMH. El lanzamiento de informes, su presencia en los medios y la manera en que, desde sectores empresariales, políticos y noticiosos, comienza a dar importancia a las víctimas, activa una asociación entre la enunciación de un discurso de apoyo solidario y cierta superioridad moral de quien lo emite. El discurso sobre las victimas adquiere un valor simbólico, estético y político importante, expresado de maneras muy diversas que van desde, la acción filantrópica o de fuerte presencia en redes sociales, mediante las que se expresa una solidaridad vertical con las víctimas6, a la puesta en escena de eventos públicos o performance con actores o personalidades políticas y del mundo del arte “que se ponen en la piel de las víctimas”, lo cual da cuenta de una de las fricciones que resultan del desplazamiento de la noción de víctima como sujeto y agente de memoria histórica, a la de sujeto de la solidaridad; argumento que aunque de una manera muy diferente a los tiempos de La Violencia, el impulso que aquí se hace presente es también, uno naturalizador en el que la víctima es la depositaria inherente de la ayuda.
Por Por último, quiero llamar la atención sobre las nuevas fricciones y la polarización surgidas con la irrupción de las fuerzas armadas y la policía, en los debates sobre la memoria histórica, y sus demandas, tanto por conocer de qué manera se les va a representar y presentar en el museo de Memoria Histórica, como por hacer parte del Consejo asesor del Centro Nacional de Memoria Histórica, dando cumplimiento al decreto firmado por Juan Manuel Santos el 23 de marzo del 2017, en el que se da un puesto al Ministerio de Defensa, en el Consejo Directivo del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), entidad responsable en el país, de la investigación de memoria histórica, los acuerdos de verdad, el archivo nacional de derechos humanos y el MNM. El decreto no es un acto aislado o repentino; materializa la preocupación y la exigencia de las fuerzas militares para que sus miembros, “en su rol de servidores públicos que presenciaron en forma directa el desarrollo del conflicto”, participen en “establecer y esclarecer las causas de tales fenómenos (relacionados con la guerra)”. (El Espectador, Abril 18 de 2017)
Más recientemente se firmó una ley radicada en el Congreso en la que se “rinde homenaje y se otorgan beneficios a los veteranos de la fuerza pública” en el Museo de Memoria Histórica. El esfuerzo de estos estamentos y de poderosas asociaciones gremiales como Fedegan, de apropiarse de la noción de víctima, ilustra el complejo conjunto de actores disputando la memoria histórica y las discordias y fricciones que están atravesando el campo cuyos acumulados construidos en los últimos diez años, están siendo amenazados y corren el riesgo de convertirse en narrativa oficial.
Para concluir quiero resaltar la centralidad política y de recurso simbólico que adquiere la noción de víctima en los discursos y narrativas sobre la guerra, los derechos humanos y la paz en los últimos treinta años, y el vasto campo de fricción social por el riesgo de su instrumentalización, cooptación y en ocasiones, regulación de las víctimas. Al mismo tiempo, las organizaciones sociales han posicionado a la memoria de las víctimas como lugar autónomo de dignificación de los recuerdos y como lugar para el reclamo de agendas sociales más amplia, tomando distancia frente a las iniciativas institucionales que instrumentalizan su memoria y limitan su agencia social y política como víctimas.
Referencias bibliográficas
Centro Nacional de Memoria Histórica. (2013). Remembering and Narrating Conflict/Recordando y Narrando el Conflicto. Resources for doing historical memory work. Bogotá: Centro Nacional de Memoria Histórica.
Espinoza Moreno, Fernanda. (2019). El surgimiento público de la víctima en Colombia: la voz testimonial de la tortura (1978-1979). Historia y Grafía, año 26, núm. 52, enero-junio 2019, pp. 129-156
González-Jácome, Jorge (2016). Derechos humanos y pensamiento de izquierda en Colombia (1974- 1978): Una relectura de “el libro negro de la represión”. 133 Universitos, 105-138, 2016. http://dx.doi.org/10.11144/Javeriana.vj133.dhpi
Grupo de Memoria Histórica. (2009). Memorias en tiempo de guerra. Repertorio de iniciativas. Bogotá: Puntoaparte eds.
Grupo de Memoria Histórica. Justicia y Paz. (2012). ¿Verdad judicial o verdad histórica? Bogotá: Editorial Taurus.
Isschot, Luis Van, 2015). The social origins of human rights: protesting political violence in Colombia's oil capital. 1919-2010. Madison, Wisconsin: The University of Wisconsin Press.
Levy, D., & Sznaider, N., (2010). Human Rights and Memory. University Park, Pa: Pennsylvania State University Press, 2010.
Orozco, Iván. (2015). Sobre los límites de la conciencia humanitaria. Dilemas de la paz y la justicia en América Latina. Bogotá: Editorial Temis.
Riaño Alcalá, Pilar y Uribe, Maria V. (2016). Constructing Memory amidst War: The Historical Memory Group of Colombia. International Journal of Transitional Justice, 10(1),: 6-24. doi:10.1093/ijtj/ijv036
Rodríguez, Nicolás. (2017). La naturalización de la violencia. Damnificados, víctimas y desarrollo en la segunda mitad del siglo XX colombiano. Tesis presentada para la obtención del grado de doctor en Historia. Universidad de Montreal.
Shaw, Rosalind (2007). Memory Frictions: Localizing the Truth and Reconciliation Commission in Sierra Leone. The International Journal of Transitional Justice 1:183–207, p.190
Uprimny, Catalina. (2000). La memoria en la Ley de Víctimas en Colombia: derecho y deber. Anuario de Derechos Humanos: 135-143.
Uribe, María Teresa. (2003). Estado y sociedad frente a las víctimas de la violencia. Estudios Políticos. N. 23, Julio-diciembre: 9-25
Winifred, Tate. Counting the dead: the culture and politics of human rights activism in Colombia. Berkeley: University of California Press, 2007.
Palabras clave:
Memoria, derechos humanos, víctimas, conflicto armado, verdad.
Notas al pie:
1 Jorge González Jácome establece que los movimientos por los derechos humanos adquieren peso en estos años cuando el conflicto armado entre guerrillas, Estado y paramilitares, atraviesa una de sus etapas más brutales de violencia contra la población civil. Ver: Derechos humanos y pensamiento de izquierda en Colombia (1974- 1978): Una relectura de “el libro negro de la represión”. 1 33 Universitos, 105-138, 2016. Ver enlace.
2 Memoria histórica entendida como el conjunto de relatos en los que memoria e historia se conjugan para dar cuenta de una comprensión común (pero no necesariamente de un relato único) y de unas responsabilidades por el significado que el pasado tiene para el presente de un grupo, comunidad o sociedad. Levy, D., & Sznaider, N. Human Rights and Memory. University Park, Pa: Pennsylvania State University Press, 2010.
3 María Emma Wills caracteriza el campo de memoria histórica como “una esfera delimitada y muy heterogénea de producción de conocimientos, saberes y estéticas impulsados por diversos gestores, siguiendo prácticas y criterios de validación propios, que responden a regímenes de producción/marcos sociales específicos. Estos conocimientos y saberes constituyen representaciones de un pasado imaginado ya sea en el orden local, regional, nacional o internacional, constituyéndose en la fundamentación de identidades colectivas con capacidad de agencia.” Documento interno Seminario Vancouver, 2019.
4 La versión final de esta ley con sus componentes de memoria histórica y atención a las victima resulta de una historia más compleja de negociaciones y activismo legal que no tengo espacio en este artículo para ver al respecto el documento de la Corporación Humanas sobre la participación de las mujeres en el Acuerdo de Paz y la síntesis sobre las maneras de participación de las víctimas en la negociación de la Organización Internacional de Migraciones.
5 Ver al respecto el documento de la Corporación Humanas sobre la participación de las mujeres en el Acuerdo de Paz y la síntesis sobre las maneras de participación de las víctimas en la negociación de la Organización Internacional de Migraciones, ver enlace”
6 Por ejemplo la campaña que lanza la Fundación Semana para solidarizarse con las víctimas del Salado en la que las personas podían hacer una donación bajo emblemas como “yo estoy ayudando a la reconstrucción del Salado” o “todos por la reconstrucción del Salado” y su cubrimiento mediático en el que se relata como el pueblo “resucita”.