Perla Toro Castaño
Periodista y magíster en estudios socioespaciales. Activista digital, feminista. Defensora de los derechos de las comunidades LGTBI. Ha participado en la construcción de ecosistemas digitales en medios como Telemedellín, El Colombiano y El Tiempo Casa Editorial, donde fue jefe de redacción digital y directora de la Escuela de Periodismo Multimedia. Docente de periodismo digital, narrativas transmedia y marketing digital en las Universidades de Antioquia, Medellín y Externado de Colombia. Actualmente trabaja como responsable del área digital de Comfama y como profesora de marketing de contenidos en la Universidad Eafit.
Resumen
Ya lo entendimos: las tecnologías digitales cambiaron nuestras formas de ser competitivos y eficaces, la distribución de nuestro trabajo, nuestras formas de ejercer la política y de socializar; además de los lugares que antes conocíamos. Académicos, empresarios, gobernantes, instituciones e individuos nos lo recuerdan con frecuencia: pocas cosas, cuando hablamos de comunicación, se parecen a las que antes conocíamos.
Cuando tiembla la democracia:
retos y perspectivas de la comunicación digital
Ya lo entendimos, las tecnologías digitales cambiaron nuestras formas de ser competitivos y eficaces, de ejercer la política y socializar, la manera de distribuir el trabajo, y también los lugares frecuentados. Académicos, empresarios, gobernantes, instituciones e individuos, nos recuerdan con insistencia cuando hablamos de comunicación, que pocas cosas se parecen a las que conocíamos. Toda la gente habla de evolución; sin embargo, cuando miramos de frente la realidad, todavía distinguimos dos escenarios: el análogo y el digital; discusión arcaica que nos impide concentrarnos en análisis que involucren una forma de habitar el mundo 360, un debate transmediático que interrogue las formas de ejercer el poder y que posibilite la reflexión académica responsable que dibuje los retos y perspectivas de las organizaciones, frente a la comunicación pública.
Dejar de lado el tema de los átomos y los píxeles y entenderlos como conjunto, nos acercaría a cuestiones tan importantes como el ejercicio del poder de la ciudadanía en plataformas digitales, la expansión de las formas de lucha y la emergencia de movimientos que implican un cambio de pensamiento; también, a otros caminos menos amables como la falta de cohesión social, la violación de los derechos digitales, la censura algorítmica y el papel de los emporios económicos frente a principios tan sagrados, como el que demanda la promesa de neutralidad de la red.
A mediados de los noventa, Graham (1995, p.37) con sabiduría y paciencia, se interrogaba por la llegada de Internet al mundo. Mediante una indagación filosófica se atrevía a preguntar por algo que en aquel entonces parecía adelantado: ¿nos enfrentamos a una tecnología humana nueva o novedosa?
Hoy, veinticuatro años después de conocer la publicación, y con una web que fue ‘millennial’ y ya cumple 30 años, esta pregunta parece resuelta: Internet, fue un invento nuevo porque como la invención de la rueda y de la escritura, nos cambió la vida.
Para diferenciar las categorías de nuevo y novedoso, Gordon propone el automóvil, que no hubiera podido ser, sin que la rueda existiera, o sea la rueda fue lo nuevo y el automóvil lo novedoso. Pero ¿qué nos llevó a hacernos esta pregunta cuando hablamos de Internet? Hay respuestas tentativas: la falta de comprensión de su funcionamiento, la cercanía que provoca con la ciencia ficción y la tendencia a pensar en futuros distópicos en los que las máquinas nos dominarían; un gran regalo de la ciencia ficción que, entre fantasía y fantasía, nos quitó la oportunidad de mirar los cambios a la cara. Hoy, más de tres décadas después de la aparición de la web, todavía creemos que hace parte del futuro, siendo este uno de los principales retos de la comunicación pública: asumir de una vez y para siempre que el futuro ha muerto. ¡Es hoy!
Este reto, para algunos incómodo, para otros justificado desde la falta de conexiones y de oportunidades –suposición que es derrumbable con facilidad– nos plantea la necesidad de conocer esta tecnología que podríamos abordar desde dos escenarios: el primero, sabido por muchos, las capas que lo conforman; el segundo, desde los espacios “estructurales”, propuestos por John Agnew (1999, p. 173).
Comencemos por distinguir las cuatro capas que conforman la red de redes y así ubicarnos, como movimientos sociales, dentro de este universo de posibilidades. Comprender estos escenarios, nos ayudará a entender, además, las razones para defender el Internet. Pensémoslo como en un postre, una milhoja, tal vez. En la primera capa, crujiente, la más visible ante nuestros ojos están los elementos sociales, lo que la gente construye, de alguna forma, el nosotros. Allí están la ciudadanía, los gobiernos, las instituciones y las empresas; una forma de habitar el espacio que no tiene principio ni fin, que a diario nos sorprende. Luego en la segunda capa cremosa, está el contenido, lo que las personas piensan y lo que permite construir ese nosotros que cruje: sitios web, redes sociales, blogs, contenidos, opiniones, incluso este artículo. Pero, hay algo duro y rígido en este postre que no vemos y lo desdibuja. Es en las capas que siguen donde se encuentran, sin que las veamos, otras formas de la manipulación, la censura y los peligros que amenazan la comunicación pública. Pero, como toda sombra tiene su luz, también están los principios básicos de esta tecnología que siempre ha querido ser neutra, a pesar de los poderosos.
Invisible está la tercera capa de internet, aquella lógica que no es tangible pero que nos conecta, que emerge en forma de aplicaciones, códigos y protocolos, realidad virtual y estándares. La podríamos comparar con la sazón, no la vemos pero la saboreamos, existe. Es en ella donde puede habitar la diversidad; pero también, donde están las violencias algorítmicas (concepto que ampliaremos con más profundidad) y las violaciones invisibles a la neutralidad de la red, principio de priorización de la comunicación bajo el cual, nació la red de redes y que entre las cosas que a veces no sabemos, le quita a los gobiernos el poder de controlarla. Casos como los monopolios económicos que prestan el servicio, pueden constituir una violación; razón por la cual no sería descabellado, afirmar que un segundo gran reto de la comunicación pública, es la defensa de la prestación del servicio de Internet para las comunidades.
Como última capa, Internet cuenta con una tecnología física que se expresa en grandes estructuras: computadores, cables, servidores y centros de datos. Esta, también resulta manipulable y es en este punto donde podemos unir, bajo la figura de una intersección, el segundo escenario para entender internet, el de los espacios estructurales, el mismo que logra una unión perfecta con el concepto de “espacio de flujos”, defendido por autores como Manuel Castells (2009).
Podríamos decir que el sistema de cables que hace parte de un universo físico y que puede rastrearse y controlarse, es lo que John Agnew llama “espacio estructural” que, a la luz de las teorías socioespaciales, es controlado por la institucionalidad y los poderes económicos y políticos; un espacio que no es construido ni habitado pero del cual emerge el “ciberespacio”, concepto acuñado por la ciencia ficción en la novela ‘Neuromante’, del escritor William Gibson en 1984.
Delimitado inicialmente, como un mundo que se encuentra dentro de los ordenadores y las redes, “una alucinación social - consensuada”, en la que a diario experimentaban personas de todo el mundo, ya se definía como una construcción. Y la ficción esta vez fue más fuerte que la realidad, demostrando que el ciberespacio solo existe como ámbito socialmente construido, no es territorial ni físico, pero no por eso es carente de realidad. No obstante, sin el espacio estructural sería imposible hablar del espacio de flujos construido por los humanos, y de ahí la importancia de comprender los roles que gobiernos, empresas e instituciones, juegan a la luz de esta tecnología que no es un espejo, es parte de nuestra vida.
Pero, ¿qué nos lleva a concluir que realmente Internet fue un invento nuevo? Desde un punto de vista totalmente antropocéntrico, podría afirmarse que una tecnología es relevante, solo en la medida en que es capaz de modificar nuestras maneras de sobrevivir. En 2012, el español Genís Roca, defendió en una conferencia TEDx Talks, el concepto de “sociedad digital”, para demostrar cómo Internet había trasformado al mundo. El autor comparaba cuatro grandes momentos de cambios y lo que la humanidad tuvo que afrontar tras su aparición:
Tecnologías líticas: el arte de cazar y de producir armas, evitó que los humanos tuvieran que enfrentarse y matarse en una dupla animal - hombre. Gracias a esto, la vida de los seres humanos se prolongó; un punto a favor de su supervivencia.
Domesticación animal: Significa el paso de la vida nómada a la vida sedentaria. Los humanos empiezan a acumular alimentos y a habitar lugares en particular, hecho que representa para la economía, la instauración de la propiedad privada.
Industrialización y electricidad: antes de Internet este momento era calificado como la gran revolución de nuestros días. Con estas tecnologías surgen las grandes ciudades, se instauran los conceptos de vida urbana y vida rural y comienzan los éxodos masivos de los territorios rurales a los urbanos.
Y las tecnologías digitales, emergen transformando nuestras formas de ser competitivos y eficaces, la distribución del trabajo y los lugares que antes conocíamos. El tiempo se expande y se atomiza al igual que el espacio.
Si observamos con lupa estos procesos, podríamos comprender en qué lugar nos encontramos las organizaciones sociales, qué roles jugamos dentro de la comunicación pública y cuáles deberían de ser nuestras acciones frente a las comunidades. El tercer reto, es repensar –y no por sencillo falto de complejidad– de manera crítica, ¿qué nos falta? Pregunta clave si asumimos que los interrogantes por la vida análoga y la vida digital ya son un cuestionamiento agotado, puesto que hoy habitamos un mundo en el que la existencia, trascurre en múltiples plataformas donde iteramos nuestras emociones y en diferentes medios en los que la tecnología ya no es ajena a nuestros asuntos cotidianos. Como nunca, vivimos una realidad que, como lo calificó Henry Jenkins (1970), es transmedia, término referido a las historias que se despliegan en diferentes medios y plataformas de comunicación.
Pensemos en el trabajo como ámbito para entender estos cambios. Antes, la mejor tecnología con la que contaba una persona para comunicarse, estaba en sus oficinas: Teléfonos, enchufes a telegramas, cámaras fotográficas y de video e incluso los primeros computadores y conexiones a la web. Hoy, la tecnología nos da una lección diferente y nos muestra que es en casa, donde tenemos los mejores elementos para ejercer nuestra labor, donde además poseemos las mejores conexiones y las mayores libertades, surgiendo el teletrabajo como una alternativa no solo económica, también funcional y atractiva para muchos.
Así pues, los grandes cambios de Internet, que modificaron nuestras formas de sobrevivir individual y comunitariamente, son cuatro y pueden clasificarse en: los que tienen que ver con el conocimiento, los del sistema productivo, los profesionales y los sociales.
Cuando hablamos de cambios en la transmisión del conocimiento, es imposible no referirnos a la educación. A la facilidad de convertirnos en seres autodidactas, se suman otros aspectos que muestran cómo cualquiera puede publicar, replicar y transformar ya sea un mensaje, una experiencia o algo que conoce. Esta modificación alteró por completo nuestras formas de relacionarnos con los medios de comunicación, las instituciones, las empresas y los centros de conocimiento. Hoy es posible hacer de todo, un soporte digital; se abrieron campos a la contradicción y al conocimiento colaborativo. La libertad de informarse y de expresarse se convirtió, en realidad, en una libertad en la cual la palabra democracia hizo sentido. Pero, también se entregó el micrófono a voces no autorizadas que confunden la libertad de expresión con otras libertades impuestas, pero no aceptadas como la calumnia y la mentira.
Si hablamos del sistema productivo, vemos como los procesos conocidos ya no existen, por ejemplo, la idea de una biblioteca totalmente análoga con fichas bibliográficas no es cercana para algunos. La digitalización es ahora una apuesta de la industria por la reducción de costos, lo cual transformó algunos modelos de negocio: unos aparecieron y otros dejaron de existir. Netflix y Kodak, dedicados ambos a ejercicios creativos similares, son apenas un ejemplo.
De la mano de estas exigencias también, apareció la necesidad de contar con ciertas habilidades digitales que incluso hoy, propenden una nueva clase de analfabetismo: el digital. Todos tenemos que adquirir nuevas competencias, para usar recursos de conocimiento en un mundo conectado. Las tecnologías dejaron de ser un asunto exclusivo de ciertos trabajos o profesiones para convertirse en centro esencial de las escuelas, los hogares e incluso los gobiernos; basta solo con pensar los retos que en materia educativa afronta una ciudad como Medellín, tras ser nombrada sede de la Cuarta Revolución Industrial.
Y, por último, están los cambios que Internet trajo para las sociedades, los mismos que nos proponen retos desde las nociones de identidad, de lo que queremos ser, de los espacios que habitamos y del tiempo que vivimos.
Para acercarnos más a este último cambio, es prudente pensar en un concepto cercano a todos en Región: el de democracia. Si hablamos de comunicación y de democracia, los medios, independiente de sus alcances, siempre han tenido un papel clave a la hora de potenciar e impulsar el compromiso cívico y la participación ciudadana; pero, internet con su irrupción no solo le entregó este rol a cada medio, también a cada ciudadano, haciendo que la democracia resulte más participativa pero, no por ello más representativa, reto fundamental cuando nos referimos, por ejemplo, a las elecciones populares mediante el voto. Las voces participativas se escuchan con fuerza pero el ruido no siempre es representativo en las urnas. "La democracia, –nos recuerda Blumer–, es el único régimen cuya legitimidad implica necesariamente la comunicación".
Los cambios, llenos de luces y de sombras, dotaron a pequeñas poblaciones de un creciente protagonismo dentro de las sociedades, mediante el ejercicio de la comunicación. Participaciones en blogs, redes sociales, canales de video, entre otros, empezaron a dejar ver con mayor fuerza a poblaciones de migrantes, grupos étnicos, colectivos juveniles y colectivas de género, solo por contar algunos ejemplos. Cada uno de ellos, puede hacer uso y ejercicio de su ciudadanía tras la irrupción de la tecnología en los contextos socio - políticos, encontrando otras maneras de ser y de estar.
La instauración de nuevas formas comunicativas que antes no eran posibles, la mayoría de ellas entendidas desde las Tecnologías de la Información y la Comunicación, TIC, entregaron a las organizaciones sociales el poder de construir espacialidades de intercambio simbólico, (medios informativos y de ciudadanos, páginas de denuncia, convocatorias a escenarios presenciales de protesta, defensa de derechos e incluso partidos políticos). No obstante, hoy, como una discusión más actual y tras superar el aturdimiento y el resplandor de la novedad, algunas preguntas se presentan como un reto: ¿debemos ser críticos frente al uso de las TIC? ¿Somos conscientes que estas pueden impulsar pero también desacelerar una democracia? Basta con recordar que, así como Barack Obama fue el primer presidente de los Estados Unidos en usar las redes sociales, como parte esencial de sus campañas y de sus gobiernos; también han sido estos escenarios, tras la oposición de los medios tradicionales de comunicación, en los que ha gobernado su sucesor, Donald Trump. Incluso, tras los escándalos de Cambridge Analytica (2018), se reveló como, gracias al estudio de los datos obtenidos en estas plataformas, pudieron manipularse las elecciones en los Estados Unidos y aquellas que tras el fenómeno conocido como Brexit (2016) dejaron a Reino Unido por fuera de la Unión Europea.
Incluso, basta con hacer memoria e ir unos días atrás cuando desde las redes sociales colombianas, se gestaban movimientos de contrareforma (2011) y los estudiantes tumbaban proyectos de ley que podrían llegar a afectar la educación. Estos mismos escenarios fueron el centro de acción de la campaña que llevó, a que en 2016, el ‘No’ ganara de Plebiscito sobre los acuerdos de paz en el país.
A la luz de estos postulados, podría afirmarse que, tal vez uno de los principales errores que aún cometen las organizaciones sociales, al llegar al mundo digital, es el afán de diferenciar dos mundos como si no se parecieran el uno al otro y no entender que habitamos una realidad que en 360 grados está, circundada por lo público, lo privado y las intersecciones entre ambos mundos. Lo que sí resulta claro es que más que retos que incluyan máquinas, la verdadera necesidad es involucrar lo humano porque solo desde ahí se pueden seguir estableciendo diferencias que apunten al deber ser en sociedad.
Si bien las TIC nos ayudan en el proceso de reconocimiento de derechos y deberes, también nos hacen presos de fenómenos como la propagación de discursos de odio y las violencias algorítmicas, las cuales pueden explicarse, en cómo los grandes gigantes de las tecnologías nos entregan solo la información que ellos desean o información en algunos casos manipulada, para lograr un objetivo en particular, el cual en muchos casos, puede ser la misma manipulación de la democracia.
Las nuevas tecnologías llegaron, para mostrarnos el estallido de una democracia en crisis, fenómeno que empezó a finales de los 60 y que se ha evidenciado con mayor fuerza con el Internet. Exigencias vigorizadas por las TIC, la competencia plural por el poder, la participación activa de la ciudadanía y el ejercicio de las libertades políticas y civiles, son solo una parte del cuento.
Diversos y distantes, los retos son cientos. Los que se presentan en este artículo; los que quisiéramos ver y estudiar y los que aparecerán; probablemente, son incontables, como los de las sociedades mismas, porque este es un solo mundo. Para un ciberoptimista (Norris, 2001, Coleman, 2001, Batle, 2004), pueden dibujarse en el acceso, las formas de uso, la agrupación colectiva, la defensa de los derechos digitales y la conversación. Para un ciberpesimista, concepto acuñado por los mismos autores, podrían ser la microreproducción de violencias, los discursos del odio, la censura o las crisis de identidad. Lo más importante es entender que, lejos de los extremos, siempre está la comunicación para entender que, como un puente, une el abismo entre dos puntos.
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Roca, G., (2012), TEDx Talks: La sociedad digital. Consultado el 2 de abril de 2018, disponible en este enlace.
Palabras clave:
Democracia, comunicación digital, tecnologías, retos, tecnología, internet