Cuando las autoridades de Medellín hablan de “recuperar el centro” casi siempre se refieren, aparte del uso de la fuerza, a misiones de embellecimiento que no tienen en cuenta la ciudad que hay debajo.
Si bien el gobierno de Federico Gutiérrez no representa aquella característica del populismo en la cual hay claramente una manifestación anti neoliberal, sí es un gobierno que ha sabido aprovechar la cercanía con la ciudadanía como si continuara en campaña, mostrando resultados y todo el performance necesario para mantener satisfecho a un electorado que reclama resultados y contundencia frente a temas que lo aquejan, en este caso, el más álgido para Medellín: la seguridad.
En lo que va del año en Medellín, los homicidios de mujeres han superado por 13 los que habían ocurrido el año pasado, entre enero y mayo iban 11 mujeres asesinadas.
De esas 24 mujeres asesinadas, hasta el 31 de mayo del 2017, la Fiscalía determinó que nueve fueron feminicidios. Esto, en contraste con los cuatro feminicidios del mismo periodo del 2016, significa un incremento del 125 por ciento.
Todos los grandes logros de Medellín, hoy de fama mundial (inesperadamente), han generado una extraña sensación de que ya llegamos, de que ya estamos “al otro lado”, de que ya salimos de esa profundidad inmensa de nuestros grandes males: violencias, inequidad, falta de oportunidades. Y no es así: apenas estamos en el momento en que debemos emprender las soluciones estructurales para enfrentarnos a esos tres grandes desafíos.
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