Por: Erika Diettes


Érika Diettes

Erika Diettes

Ver perfil

Artista visual y magíster en antropología. Su producción artística, ligada desde sus inicios a la fotografía, explora desde su multidisciplinariedad la memoria, el dolor y la muerte enfrentándose directamente con testigos y damnificados de diversos conflictos sociales y políticos, obras en que ellos son protagonistas a la vez que objeto de estudio y reflexión en torno al dolor, la pérdida y el duelo.

Ediciones Anteriores
Etiquetas
OTROS ARTÍCULOS

Resumen

Erika Diettes propone una mirada desde el amor y el dolor. Su obra parte de los testimonios, algunos puestos en forma de palabra, otros en forma de objetos cuidadosamente atesorados. Todos ellos, “mensajes que contienen el inmenso deseo de encontrar justicia para honrar la memoria de los que ya no están”, como explica la misma artista.


 

Arrancarle una imagen a eso, ¿a pesar de eso? Sí. Costara lo que costase había que darle forma a este inimaginable. Las posibilidades de evasión de Auschwitz eran tan escasas que la simple emisión de una imagen o de una información - un plano, unas cifras, unos nombres - se convertía en la urgencia misma, uno de entre los últimos gestos de humanidad. (Huberman 2004:28)

 

Pensar en el desarrollo de mi trabajo es recordar el inmenso amor con el que familiares de las víctimas han recorrido caminos largos para llegar a mi estudio; es rememorar todo el dolor que hay en cada uno de sus testimonios y, a la vez, evocar la inmensa capacidad de resiliencia contenida en cada palabra. Son relatos de muerte pero sobre todo son evidencias de cómo se reconfigura la vida después de todos estos horrores; están sin lugar a dudas, llenos de dignidad y de mensajes que contienen el inmenso deseo de encontrar justicia para honrar la memoria de los que ya no están.

He decido centrar el énfasis de mi obra en los testimonios de algunas de las víctimas de la violencia sin límites que se ha vivido en mi país por varias décadas, que como bien lo dice Gonzalo Sánchezen el informe Basta Ya! Colombia Memorias de Guerra y Dignidad3, “es un país que apenas comienza a esclarecer las dimensiones de su propia tragedia”.

Es una obra producida y desarrollada en medio de situaciones complejas cuyas consideraciones, al ser creada a partir de testimonios directos de las víctimas, van más allá de lo estético. He concentrado mi labor y búsqueda en generar un espacio, tanto físico como emocional, en el que la especificidad de los relatos contenidos en las imágenes, sean reconocibles para cada uno de sus protagonistas, y que a su vez logren ser legibles para el espectador, permitiéndole identificarse y sentir empatía con la humanidad de cada testimonio y no se limite sólo al conocimiento de un hecho violento particular.

Cuando me preguntan por mi trabajo, trato de explicar que no son obras con un inicio y un final, pues tienen un desarrollo continuo de estudio teórico, exploraciones técnicas y de crecimiento personal. Siempre describo Relicarios como la consecuencia lógica de creaciones anteriores como Río Abajo.

Los ríos de Colombia son el cementerio más grande del mundo, esta es la aterradora y certera frase que inspiró la serie Río Abajo (2007-2008), cuyo tema central es la desaparición forzada, un crimen que, como bien lo señaló Gonzalo Sánchez, director del Centro Nacional de Memoria Histórica, les quita a los familiares la posibilidad de conjurar los rituales de la muerte en el espacio (la tumba) y el tiempo (el duelo)”. A través de la ropa que los familiares guardan de sus seres queridos desaparecidos, hice la representación de una de las formas en que se comete este atroz crimen: despojar los cuerpos a los ríos: en muchos casos, además de la infinidad de torturas a las que las víctimas fueron sometidas en vida, sus cuerpos son descuartizados post mortem de tal forma que, en caso de salir a flote, su identificación sea prácticamente imposible. Estas prácticas atroces convierten partes del territorio en lugares donde “se respira aire de muerte”, transformando las aguas de nuestros ríos, antes símbolos de la vida y el progreso, en fosas comunes sinónimos de impunidad y terror.

Río Abajo
Río Abajo

La obra Sudarios (2011) está compuesta por los retratos de veinte mujeres que sufrieron, como parte de su propio suplicio, el hecho de ver la violencia ejercida y la tortura infringida a sus seres amados. Las fotografié mientras testimoniaban las atrocidades a las que fueron sometidas. Teníamos claro que las imágenes resultantes no iban a obedecer a la idealización de sus rostros, sino a la trascendencia de su dolor. Tanto ellas como yo en compañía de una terapeuta, estuvimos dispuestas a transitar por lugares oscuros: ellas, a narrar el momento en que fueron condenadas a recordar, porque el olvido es un privilegio reservado a los muertos; y yo, a permitir que sus experiencias me transformaran para poder honrar su dolor y dejar testimonio de lo ocurrido a través del arte.

En sesiones de hasta tres horas nos relataron detalles de las más humillantes y horribles situaciones a las que puede ser sometido un ser humano. Si el retrato, como dice Richard Brilliant, le pertenece a la memoria actual de la persona representada, los Sudarios son el retrato del daño irreparable que deja la violencia en la humanidad. Como bien lo explica la historiadora de arte contemporáneo y curadora Ileana Diéguez: “ellas son el testimonio del gran horror y la degradación extrema a la que hemos llegado en estos tiempos donde dar muerte no es suficiente, sino que además hay que castigar el cuerpo y la mirada, y hacer insoportable la memoria del otro”.

Sudarios
Sudarios

Relicarios es una obra compuesta por 165 urnas en las que están encapsulados, resguardados, los objetos que los dolientes atesoraron como último vestigio de sus seres queridos desaparecidos.
También guarda las memorias de años de vida perdidos por el secuestro y por otros flagelos, como la violencia sexual producto de la barbarie.

Esta obra es una apuesta por brindarles a los dolientes un espacio para llorar a sus muertos, una tumba para menguar la incertidumbre que genera el no poder dar sepultura al cuerpo del ser amado y dignificar así esas existencias a las que pretendieron borrar de la historia, y también un lugar para dolerse uno mismo, llorar la propia condición de víctima y darle espacio a un sufrimiento que tienen todo el derecho de sentir.

Relicarios
Relicarios

Después de siete años de trabajo es sumamente gratificante ser testigo de cómo al fin, Relicarios se consumó como espacio memorial. No es un monumento muerto es una obra viva, cuyo escenario se extiende hasta la casa de los dolientes que recibieron la fotografía de cada relicario y lo transformaron en altar.

La primera exposición de Relicarios estuvo abierta al público durante cinco meses, y alcanzó 95.000 visitantes; se llevó a cabo en noviembre del 2017, en el Museo de Antioquia, y cumplió el cometido de servir como espacio donde las víctimas pudieron llorar a sus seres amados y Relicarios fue habitada como lugar sagrado.

Decidí hacer estas obras con la firme convicción de que el arte no sólo aporta un espacio fundamental para la construcción de la memoria de un país, sino también, por que brinda un ambiente facilitador de los procesos de duelo, ya que, como bien dice Javier Moscoso en Historia Cultural del Dolor4, para quien se duele, la probabilidad de que su experiencia del daño sea culturalmente significativa aumentará dependiendo de si es representada y reconocida públicamente.

Hasta el día de hoy he sido receptora de más de 300 testimonios de víctimas del horror. Me han confiado evidencias físicas, detalles e intimidades no sólo de la violencia, también de la forma como la vida se reconfigura, se reestructura y sigue a pesar de ella.

Considero el arte como un medio de traducción de las intimidades que me son confiadas, para poder transmitirlas a una comunidad más amplia a partir de un lenguaje que interpele al corazón del espectador. En este sentido, el trabajo directo con las víctimas y los dolientes se configura como parte central de mi quehacer artístico; es por ello que siempre me apoyo en intervenciones psicosociales que nos permitan, a los dolientes y a mí, construir la obra de arte como un proceso de duelo donde recobrar algo de la belleza arrebatada. Por esta razón, las obras siempre son expuestas en la región de realización del trabajo de campo, para devolver a los dueños sus relatos íntimos convertidos en arte. Algunos de los lugares donde he expuesto las obras son: en Antioquia, El Cármen de Viboral, Guarne, Guatapé, El Peñol, Cocorná, Sonsón, Argelia, Nariño, La Unión, Granada, Santafé de Antioquia y Medellín; en Montería, Barrancabermeja,Cartagena de Indias, Bogotá y en Riohacha y Cuestecitas, en La Guajira.

Estas historias de los dolientes colombianos han llegado hasta Australia, Polonia, Rusia, España, Estados Unidos, México, Brasil, Argentina, República Dominicana, entre otras. La obra ha tenido resonancia como relato producto de un contexto específico, en diálogo con esos otros ámbitos donde la violencia también ha afectado de manera determinante la vida de las personas, convirtiéndose así en un espejo para esos espectadores lejanos que se convierten en hermanos cercanos, a través de la comprensión y la compasión de sí mismos en el dolor del otro.

Ya sean series construidas a partir de retratos de testigos del horror, de objetos que contienen el valor incalculable de ser los únicos vestigios del que no está, o ropas que aguardan ser vestidas por sus dueños, mi labor ha consistido en escuchar cada historia, escribir nombre por nombre, recibir, uno a uno, objeto por objeto, observar despacio cada gesto y tratar de develar desde allí ese sentimiento en el que tal vez nos podemos sentir identificados los unos con los otros: el duelo.

“La realidad tiene muchas perspectivas, pero la víctima tiene la suya propia que no es la de la historia, ni la de la ciencia, ni la de la sociología. No es una perspectiva más, pues lo que ella ve es el lado oculto de la realidad” (Mate, 2003)5.

En un conflicto armado tan complejo y largo como el colombiano, si queremos aproximarnos algún día a la verdad debemos escuchar y priorizar, ante todo, la voz de quienes han vivido la violencia y sus consecuencias en carne propia. La historia de un país no puede ser escrita en silencio y su memoria no debería construirse en la oscuridad, por esto considero que contar, registrar, mostrar y tratar de entender nuestra historia desde todas las perspectivas posibles, además de ser una necesidad es también, nuestra obligación.

Es por esto que mi trabajo no se centra únicamente en el conflicto armado. Se enfoca, ante todo, en el duelo que ocasiona la violencia, que es diferente al que se produce por una pérdida natural. Un duelo es un proceso que no puede ser revertido de ninguna manera y, mucho menos en estos casos, puede borrar la indignación. No podemos exigirles a las víctimas que renuncien a su derecho de sentir digna rabia, lo que no significa que Colombia como país no deba avanzar por un camino de paz y conciliación, pero en medio de dicho proceso no podemos ignorar que las víctimas merecen espacios sagrados donde puedan darle lugar a ese dolor, que es indiscutible, irreparable e inconsolable. El arte es la herramienta que utilizo para hablar de la complejidad de la realidad en la que estoy inmersa y para buscar una verdad que no es la de la historia ni la de los medios de comunicación ni la verdad oficial, es la verdad del doliente.

Cumplo, a través de mi trabajo como artista, la tarea de ser testigo de la fuerza del acto de recordar, de ser testigo de las historias íntimas de duelo que personas desconocidas depositan con confianza en mí, intercambio en el que nos reconocemos unos a otros en el dolor compartido.
Solo el amor puede atreverse a recordar sin importar el dolor que ello conlleva. Lo contrario al amor es el olvido, la indiferencia. Por eso, estas personas no se pueden permitir olvidar, por eso, Colombia no se puede permitir olvidar. El duelo es una tarea de los vivos, porque somos los que estamos condenados a recordar. El duelo entonces se convierte en nuestra condición de vida, porque la pérdida es irreparable. Colombia entera es un país en duelo. Es por ello que se hace necesario esclarecer los hechos, saber la verdad y trabajar con herramientas como el arte, para tramitar el sufrimiento de una manera en la que sea posible, arrebatarle a lo nefasto la belleza empañada, para hacer frente a la muerte honrando la vida y para darle una presencia física a aquellos que han sido desaparecidos.

 

Palabras clave:

Memoria, duelo, retratos, conflicto armado, desaparición forzada, fotografía, artes plásticas

Referencias

Didi-Huberman, George. (2004) Imágenes pese a todo. Paidós, Barcelona.

Centro Nacional de Memoria Histórica. (2013) Basta Ya! Colombia: Memorias de Guerra y Dignidad. Bogotá: Imprenta Nacional.

 Moscoso, Javier. (2011) Historia Cultural del Dolor. Taurus, México.

Mate, Reyes. (2003) Memoria de Auschwitz. Actualidad moral y política. Madrid, Trotta. 

 


1 Didi-Huberman, George. Imágenes pese a todo. Paidós, Barcelona. 2004.

2 Coordinador del Grupo de Memoria Histórica. Centro Nacional de Memoria Histórica.

3 GMH. Basta Ya! Colombia: Memorias de Guerra y Dignidad. Bogotá: Imprenta Nacional, 2013.

4 Moscoso, Javier. Historia Cultural del Dolor. Taurus, México, 2011.

5 Mate, Reyes. Memoria de Auschwitz. Actualidad moral y política. Madrid, Trotta. 2003