Por estos días, a propósito del inicio de la implementación del Acuerdo de Paz con las Farc y de las conversaciones con el ELN en Quito, nos acompañan varios sentimientos y una pregunta central: ¿cuál debería ser el papel de las organizaciones de la sociedad civil como la nuestra?
La ilusión
Esta semana culmina el proceso de desplazamiento de las FARC hacia las zonas de concentración en las que, después de trascurridos 180 días, deberá haber finalizado la entrega y dejación de armas. Tenemos la convicción de que desde la misma instalación de la Mesa de Negociaciones en La Habana se inició un nuevo capítulo de nuestra historia y este es, sin duda, un paso importante. Las imágenes que han circulado del desplazamiento de miles de hombres y mujeres hacia estos lugares no dejan de ser impactantes. Se trata, ni más ni menos, de grandes porciones de territorios y millones de personas que, ahora sin la amenaza de la guerra, podrán tener nuevas oportunidades. Y también de seres humanos que podrán rehacer sus vidas, incluyendo el ejercicio de la política y la defensa de sus ideas sin la mediación de las armas. Revive la ilusión de vivir en un país en paz.
La preocupación
En pocos días el proceso ha dejado ver profundas debilidades y riesgos. Si bien es cierto que sólo en diciembre se aprobó formalmente el Acuerdo y se dio vía libre a su implementación, también lo es que llevamos más de cuatro años hablando sobre esto, por lo que sorprende el grado de improvisación y la lenta respuesta del Estado para asuntos como la dotación de los campamentos o la provisión de servicios de salud y alimentos para las tropas guerrilleras.
¡Ni qué decir de la amenaza latente del copamiento de los territorios por parte de grupos paramilitares! Como bien se advirtió antes de la firma del Acuerdo, la construcción de la paz territorial implica una presencia legal y legítima del Estado en estas zonas y que la fuerza pública y la justicia se encarguen de la ejecución de las acciones necesarias para neutralizar a los grupos armados que intenten controlar estos territorios.
Si bien es cierto que, según los informes emitidos por el Mecanismo Tripartito de Monitoreo y Verificación del cese al fuego y de hostilidades (conformado por miembros de la ONU, el Gobierno y las Farc), el cumplimiento de estas últimas al Acuerdo ha sido importante, preocupa que su respuesta frente a asuntos como la liberación de niños no es la esperada y esto contribuye muy poco a profundizar la confianza en sus acciones y en su palabra.
Pero quizás el tema más preocupante es que continúen los asesinatos de líderes sociales, muchos de ellos asociados con reivindicaciones de campesinos, victimas o reclamantes de tierras. ¿Cómo es posible que esta situación que se estuvo dando incluso durante el proceso de conversación no se haya detenido?. Obviamente, el fantasma de la UP acecha y esta es una pésima señal de incapacidad o falta de voluntad del Estado para garantizar lo mínimo: la vida.
Esperanza
El inicio de la mesa de diálogo con el ELN en Quito es un motivo de esperanza. Si esto llega a buen puerto podremos decir que, como sociedad, fuimos capaces de dirimir uno de los conflictos armados más duraderos del mundo occidental a través de la negociación política. Sin el ELN la paz en Colombia no podrá ser completa. Hay ya un camino recorrido y esperamos que puedan tomarse los aprendizajes obtenidos.
No es fácil, lo sabemos. Se trata de una de las guerrillas más ortodoxas, hay agotamiento de la sociedad con el tema, el gobierno tiene premura en finiquitar el proceso cuanto antes y comienza a configurarse el panorama electoral 2018. Todo esto atenta contra este proceso. Pero queremos mantener la esperanza.
Responsabilidad
Como lo hemos sabido, se trata de un proceso en el que la responsabilidad principal de lo acordado corre por cuenta las guerrillas y el Gobierno. Pero la sociedad civil no puede excluirse y quedarse, como decía alguien, “viendo una película con un final posiblemente infeliz, ya imaginado”. Debemos hacernos cargo en lo que nos corresponde. A nuestro modo de ver, por ahora son cuatro las tareas que tenemos:
En primer lugar, es necesario continuar trabajando constantemente y sin parar en una pedagogía de paz. Como lo demostró el plebiscito, estamos ante una sociedad que, en buena medida, no ha comprendido el valor de la paz y la importancia de la negociación del conflicto armado para lograrla. Hay grandes obstáculos morales, políticos e institucionales para avanzar en este camino.
En segundo lugar, si bien el papel de verificación del cese al fuego corresponde al Mecanismo Tripartito, es importante hacer veeduría del mismo proceso de verificación y de los otros componentes de implementación del Acuerdo. Acompañar los territorios, la población civil y las organizaciones en donde se ubican las zonas de concentración es una responsabilidad de la sociedad civil y una medida de protección que deberíamos implementar. Tenemos que exigir que el Gobierno cumpla con los compromisos, que haya un diálogo y un reconocimiento real de los territorios incluyendo las autoridades y organizaciones sociales locales, compromisos reales de los gobernantes con la paz territorial. También debemos plantear exigencias a las guerrillas: que cumplan lo acordado en materia de concentración, desarme y reintegración, así como el compromiso de poner en manos de las autoridades a los menores de edad que están en sus filas para que se implemente el protocolo acordado; que procedan a la liberación inmediata de las personas secuestradas, si las tienen, o al esclarecimiento de la suerte corrida por quienes estuvieron en su poder.
En tercer lugar, contribuir con propuestas concertadas que pongan en el centro la realización plena de los derechos de las víctimas. Participar en la discusión sobre la reglamentación del Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición, en especial en materia de Jurisdicción Especial para la Paz, la Comisión de Búsqueda de Personas Desaparecidas o el establecimiento de la Comisión de la Verdad, debe ser un asunto central en las agendas territoriales. Deberíamos desde ya estar realizando propuestas sobre posibles comisionados, metodologías y relación con los territorios.
En cuarto lugar, rodear el proceso con el ELN entendiendo que hace parte del camino hacia la paz emprendido, presionar para que sea una negociación ágil, delimitada y acorde con el acumulado ya obtenido en La Habana.
La construcción de paz después de décadas de guerra no es fácil. En verdad son muchas las preocupaciones, pero estas no pueden paralizarnos. Como sociedad nos espera un camino arduo y espinoso. Pero con seguridad no menos que el que significó la guerra. No podemos permitir que haya vuelta atrás.