Opinión

Martes, 16 Mayo 2017 15:14

Opinión: Medellín, tienes una opción en el arte y la cultura

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Foto: Facebook de la Corporación Cultural Nuestra Gente Foto: Facebook de la Corporación Cultural Nuestra Gente Cortesía

El escenario de la calle ha sido clave en este proceso comunitario, debido a que la gente vive y palpita la calle como escenario de transformaciones humanas y sociales.

Por: Corporación Cultural Nuestra Gente
Columnista invitada / Escritura colectiva

En una franja de los barrios La Rosa y Santa Cruz funcionó una zona de tolerancia llamada “Las Camelias” o como, jugando con las palabras, la gente la llamaba: “Las Camas de Amelia”. Un símbolo cultural bien complejo, porque todos iban de paso y esto generaba un tejido social del desarraigo, del nomadismo; tejido que impidió durante muchos años generar esa cultura de barrio donde no solamente se duerme, sino que se construye vida, historia. Así, los burdeles eran los referentes reales del barrio: “Bolebar”, “El Tetero”, “Tango Bar”, “Copinol” y otros que marcaban esta zona. Cuando se destruyeron, también destruyeron la memoria de la infancia del barrio, infancia de la que sólo quedó “Copinol”, la actual sede de la Corporación Cultural Nuestra Gente. Rilke dice: “La infancia es la patria del hombre”. La infancia de este barrio, caracterizada por la existencia de burdeles, de putas, de camajanes y de «guapos», devino posteriormente en una «adolescencia» sin burdeles, ni putas, pero con «pistolocos», «bandolas» y muertos, muchos muertos.

”La tarea del hombre es contradecir la muerte”
Como un acto de rebeldía ante la masacre, la barbarie que aniquilaba a cientos de jóvenes día a día… se armaron barricadas de poemas…

En medio de la muerte y la tristeza causadas por la barbarie, surgió este proceso creativo denominado Corporación Cultural Nuestra Gente, en el que participaron aquellos otros jóvenes, los olvidados por el sistema, los sumergidos en el trasfondo del barrio, los seres soñadores, los cargados de esperanza, esa que nace de la unión, del esfuerzo comunitario, del encuentro creativo, de aquella vibración que hace posible que algunos jóvenes de las comunas de Medellín optaran por el arte y la cultura como una oportunidad para generar espacios de alegría, vida y cambio. Y todas esas muchachas y todos esos muchachos del barrio decidieron jugar su juego desde el arte, apuestas cargadas de luz se hicieron referentes para otros, el arte; el teatro, la música, la danza, la literatura fueron argumentos para jugar en serio, para crear a Nuestra Gente.

Fueron las expresiones de dolor de las madres, los rostros de espanto y miedo de los niños, las calles desoladas por el toque de queda no oficial que entraba en vigencia cada día y a toda hora; lo que llevó pensar que era necesario y fundamental que estos hijos del barrio siguieran incentivando el poema y, tras él, la ilusión de mejores días, días soleados con teatro y títeres, días que no estuviesen cargados de desasosiego y sí de juegos y abrazos; y con esa persistencia se logró animar montones de expresiones vitales, acciones en pro de la vida y donde el arte y la cultura fuesen mediadores entre el dolor y la pervivencia.

Los vecinos, amigos y familiares pronto comprendieron que esta propuesta cultural que surgió del corazón del barrio tenía peso y un largo futuro por recorrer.

Creer en un colectivo cultural es lo que la gente del barrio, la comuna, la zona y la ciudad consintió, con todos ellos haciendo pulsión vital, acupuntura cultural. Reconocer en el otro y junto al otro sus profundas transformaciones, valorar su capacidad creativa, que entre todos se hiciesen flujos de energía que liberan el amor, la solidaridad, el afecto, el respecto y la libertad.

Tejer desde el barrio el principio esencial la vida. Recuperar la humanidad que habita en las mujeres y hombres que son semilla que renueva la fe poética colectiva.

Incidir en la cotidianidad de la vida, para que cada acto sea un bello milagro, el verdadero sentido de la comunidad, hacer mingas de “sol y dar y dad”, ser capaces entre todos de modificar cada mañana en actos de bien común.

Re-significar la esquina del barrio para “amar-i-lla” donde se puedan expresar amorosamente mujeres y hombres aportando creativamente a otro mundo posible que es este aquí y ahora.

Aprendizajes para compartir con toda la ciudad, la ciudadanía, los gobernantes y legisladores. Lo primero, la escucha profunda de la gente, la voz del pueblo como voz colectiva y viva. Lo segundo, la acción de concertación más allá de un solo plan, pues deben ser los planes de vida de cada comunidad, comunidades que han repensado su desarrollo local en su proyecto de VIDA. Y lo tercero, un lugar en la democracia deliberativa donde todos son sujetos de cambio y protección de esta Medellín con su campo y su ciudad que espera vivir en paz y con justicia social.