Opinión

Miércoles, 15 Mayo 2019 04:51

Medellín arrasa su historia

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No pocas personas han intentado instar a la Alcaldía a revisar este relato, pensando que a lo mejor, es producto de los pocos conocimientos históricos pertinentes que posee; pero perdieron el tiempo. La Alcaldía no está interesada en promover una interpretación apoyada en evidencias históricas sino, en camuflar una postura política envuelta en historia oficial. 

Por: Gerard Martin.
Escritor e investigador

La Alcaldía aspira a que Medellín tenga una historia oficial de su pasado reciente. El propósito fue revelado en el lanzamiento de la campaña de comunicación Medellín abraza su historia con ocasión de la implosión del edificio Mónaco (22 Feb) donde se construirá un parque en honor a las víctimas del narcoterrorismo. Como toda historia oficial, esta es fácil de resumir: el narcotráfico cayó del cielo y generó el narcoterrorismo, autor de todos los asesinatos ocurridos en Medellín entre 1983 – 1994 (o sea 46.612); no hubo conflicto armado, ni víctimas del conflicto armado, solo narcotráfico y sus anexos, en particular narco-guerrilla; responsabilidades institucionales o políticas no hubo tampoco; con la implosión y el parque, Medellín por fin abrazará su historia.

No pocas personas han intentado instar a la Alcaldía a revisar este relato, pensando que a lo mejor, es producto de los pocos conocimientos históricos pertinentes que posee; pero perdieron el tiempo. La Alcaldía no está interesada en promover una interpretación apoyada en evidencias históricas sino, en camuflar una postura política envuelta en historia oficial.

Considero legítimo y acertado que Medellín comience a honrar, de manera más visible y prominente, a las víctimas de los clanes criminales y redes mafiosas del tráfico de cocaína. Sin duda, son responsables de miles de homicidios y otras formas de victimización en la ciudad y por fuera de ella. De hecho, el CNMH atribuye un 20% de los homicidios en Medellín, a los actores del conflicto armado, y el resto corresponde, en parte, al crimen organizado de la cocaína. Los impactos de la economía de este negocio han sido desastrosos para Medellín y el país. Como resultados están: el endurecimiento del crimen organizado, la despolitización y expansión de las guerrillas, la proliferación de paramilitares, la agravación de la corrupción y la impunidad, y el resurgimiento de la idea de la violencia como parte integral de la regulación cotidiana de esta sociedad. Pero negar las responsabilidades institucionales y además políticas, es tapar el sol con las manos.

El Alcalde dice que su parque de memoria se inspira, entre otros, en el de Nueva York; difícil de creer. Es cierto que en New York se ordenó un monumento conmemorativo del atentado del 11/9/01, pero su conceptualización estuvo a cargo de múltiples comités y sometido a todo tipo de debates públicos. El proceso duró más de una década, precisamente para garantizar el acierto en lo histórico, lo estético, lo urbanístico y lo financiero, evitando la improvisación y así, estar a la altura de la tarea. El monumento tampoco es identificado con un alcalde, sino con los arquitectos, diseñadores, paisajistas, organizaciones de víctimas, y la ciudadanía neoyorquina en general, invitada a involucrarse de manera activa y publica.

En Medellín sucede todo lo contrario. Para empezar, la Alcaldía jamás contrató un estudio para evaluar el costo/beneficio de las varias opciones sugeridas por diferentes sectores de la ciudad, para intervenir el edificio Mónaco. Entre ellas estaba la de un Museo sobre el narcoterrorismo que complementaría el parque de la memoria. No es buena idea derrochar fondos públicos sin criterio, de manera que el alcalde, legitima su decisión personal de demolerlo, referenciando un estudio irrelevante, y que nadie conoce (ni el Concejo Municipal). En cuanto a la propuesta ganadora para el parque, proponen entre otros: instalar la escultura “La Vida” que Arenas Betancur creó para la fachada del Mónaco, o sea pagada con narco-dineros, y que según la viuda del capo, representa a la familia Escobar en tiempos de gloria. El parque tendrá nombres de héroes, todas celebridades escogidos por la Alcaldía. Para los sin renombre, habrá una copia ramplona del famoso muro Memorial de Vietnam en Washington DC. Allí, por supuesto están los nombres de cada soldado muerto, conforme a la solicitud de las familias, ya que ello dignifica, da honor, e individualiza. Pero aquí se pondrán 46.612 huequitos (como balazos) sin nombres.

Los sin-sentidos también abundan en el componente narrativo de esta historia oficial. Imposible encontrar un solo libro que admita que todos los asesinatos ocurridos en Medellín entre 1983 y 1994 fueron por cuenta del narcotráfico. También, decir que todas las personas asesinadas en ese lapso fueron “víctimas” y serán enaltecidas en el parque, genera una confusión mayor. ¿Se va a honrar igualmente a capos y sicarios que murieron en su propia ley, y a los inocentes que ellos mataron? Luis Guillermo Londoño White, el asesor de Escobar, ultimado por los Pepes en 1993, y el magistrado Álvaro Medina, asesinado por Escobar en 1986, son víctimas del narcotráfico, al mismo título y pueden ser honrados en el mismo monumento? ¿Que impacto pedagógico o sentido histórico genera, honrar personas asesinadas por milicias, guerrillas, pandillas, la limpieza social, riñas callejeras o la fuerza pública, como víctimas del narcotráfico? Además, ¿antes de 1983 y después de 1994 no hubo víctimas de los clanes criminales del narcotráfico? ¿Por qué la jueza Ana Cecilia Cartagena Hernández asesinada en 1981 por la banda de Escobar, queda excluida? ¿Por qué los funcionarios de la Fiscalía Seccional de Medellín asesinados durante la segunda parte de los 90, a manos de narcotraficantes, quedan excluidos? Sorprende que prestigiosas entidades (semi) privadas apoyen semejante amalgama a-histórica con sus dineros y logos.

Tampoco es la primera vez que Medellín presta atención a las víctimas del narcotráfico, recuerden: el busto en bronce de Guillermo Cano en el Parque Bolívar de 1987, que fue restaurado (después de un atentado) y reinaugurado en 2007; también, los alcaldes Alonso Salazar y Aníbal Gaviria crearon y dotaron la primera ala del Museo Casa de Memoria, que dedica de varias maneras atención a las víctimas del narcotráfico. Por supuesto, aquellos alcaldes jamás intervinieron en temas de contenido; nombraron en la dirección, personas con amplia experiencia y excelencia en la gestión de museos y centros culturales, que no eran sus fichas políticas. La Alcaldía de Gaviria se sumó además, a la iniciativa de la Corporación Región, el Centro Nacional de Memoria Histórica, y las Universidades de Antioquia y Eafit, de producir un estudio (“Medellín Basta Ya”) sobre el conflicto armado y dinámicas anexas, incluyendo el narcotráfico en la ciudad. Medellín estaba dando ejemplo de cómo liderar, desde lo local, la compleja tarea de hacer memoria histórica de todas sus víctimas. El New York Times dedicó en mayo 2015 su famoso “36 horas en Tal Ciudad” a Medellín. Entre lo recomendado a visitar figuraba en primer lugar, el Museo Casa de la Memoria.

La serie Narcos, lanzada por Netflix en agosto 2015, fue mundialmente exitosa y generó nuevas demandas de mayor y mejor información sobre la época: Escobar, lo narco y Medellín. Una gran oportunidad para fortalecer el Museo Casa de Memoria y hacer pedagogía sobre el pasado reciente de la ciudad y, al mismo tiempo, estimular el turismo. Lastimosamente, la alcaldía de Federico Gutiérrez (2016-2019) ha desaprovechado la situación: apenas instalada, remplazó la muy experta directora del Museo, Lucía González, por la hermana del jefe de su campaña electoral, Juan David Valderrama, quien jamás había gestionado un Museo ni era experta en el tema. Contrario a las promesas de campaña no incluyó en su Plan de Desarrollo recursos para la segunda ala del Museo; retiró el apoyo de la Alcaldía al estudio Medellín Basta Ya; bajó el perfil al programa de atención a víctimas. Cuando decidió – de manera acertada – rechazar los tours hagiográficos al capo, frecuentados por los narcos-turistas, en vez de aprovechar la situación y generar un debate de ciudad sobre “Qué hacemos con Pablo?”, y apostar a una política ambiciosa al respecto – 2ª ala Museo de Memoria, Centro de Estudios sobre el Crimen Organizado, Tours por el Museo y otras entidades, programas educativos para los colegios, etc. – optó por una escultura absurda en el Parque del Poblado, la implosión y el Parque ramplón.

Se dice que, ante las críticas, la Alcaldía está reuniendo fondos privados para dejar lista la segunda ala del Museo; otro error. Esta, debe hacerse a partir de un proceso muy juicioso y participativo con asesoría y aportes de diferentes sectores pues esta es, una obra de ciudad no del sector privado. La memoria histórica no debe ser ni oficial ni privada, sino pública.