En las elecciones que se realizarán el próximo mes de octubre, tomaremos importantes decisiones, en las que nos vamos a jugar dar continuidad a los procesos que se traen en la ciudad y la región, o cambiar de rumbo e intentar nuevas rutas.
Un viraje necesario es lograr que el voto sea un acto significativo, para lo cual tenemos grandes obstáculos, los altos niveles de abstención, que en las anteriores elecciones sobrepasaron el 50%, son clara evidencia de ello; a esto contribuyen el predominio de prácticas políticas que van en contravía del voto libre y consciente, la naturalización de la mentira y el engaño como estrategias políticas y el doloroso envilecimiento del debate público; además, el desinterés, la indolencia y la preocupante apatía de muchas personas que renuncian a participar de manera consciente, en la construcción de posturas en torno a temas trascendentes de la vida en sociedad.
En la base de estas evidencias, la más contundente es la falta de acuerdos básicos sobre la ciudad y la región que tenemos y queremos y la ausencia de liderazgos legítimos, claros y calificados que desde cada sector, representen opciones. Esta carencia de liderazgo político se manifiesta en el uso y abuso del mecanismo de recolección de firmas, hoy son la mayoría de candidatos que consiguen así su aval, prueba del poco peso de los procesos colectivos y políticos para la selección de aspirantes. Estamos ante una realidad pasmosa que representa enormes peligros: hoy se lanzan a las corporaciones públicas quienes tienen dicha aspiración como una meta personal y poseen además, los recursos económicos para ello. ¡Grave!
Basta mirar la lista de candidatos a la gobernación y la alcaldía para concluir, con muy contadas y notables excepciones, que no hay quien sobresalga especialmente por su ejercicio en lo público; con reconocimiento por liderar causas importantes, o por su trayectoria en movimientos sociales, culturales y ciudadanos, o en haber puesto ideas a circular, con lo cual, el riesgo de que sigan llegando a la administración personas que conducen los rumbos de la ciudad como si se tratara de una empresa familiar, es demasiado alto.
Como lo venimos diciendo hace muchos años, una democracia sólida requiere de partidos y movimientos políticos fuertes. En Medellín, y en Colombia, es evidente la crisis del sistema de partidos, en su reducción a empresas electorales que en general, no se preocupan de la formación de su base social y menos de la cualificación de su dirigencia. A los líderes más visibles de todas las agrupaciones, pareciera no preocuparles la consolidación organizativa de su propuesta y hacer de ella un proyecto colectivo.
Pero la falta de liderazgo no es solo de los particos políticos. Si bien la ciudad se ha caracterizado por su historia de participación ciudadana, y un tejido organizativo plural que en buena medida ha sido el soporte –desde los territorios– de lo que se ha denominado el proceso de transformación social de Medellín; con exiguas excepciones, esto no se expresa hoy en un notorio liderazgo frente a los rumbos de la ciudad. La enorme brecha entre lo social y lo político, la ausencia de políticas públicas de fortalecimiento de las organizaciones sociales y la asfixia a la que las leyes económicas las someten, la violencia sostenida y el cierre de espacios de debate ciudadano, han hecho mella, y el liderazgo social en la ciudad, se ha desdibujado y opacado.
Tampoco desde el empresariado escuchamos una voz robusta y clara. Es imperativo que su responsabilidad social y el interés de la empresa privada, vayan más allá de sus balances financieros para abrazar con sinceridad, las preocupaciones por su entorno social, institucional y ambiental. Su visión de ciudad y de región debe ser un asunto público y no de transacciones privadas. Desde hace décadas, la construcción de planes de desarrollo o diseños prospectivos, fueron estrategias empleadas para reconocer estos intereses y ponerlos en diálogo con otros actores. Hoy ya no contamos con estos escenarios y, al menos desde nuestro lugar social, no logramos identificar su labor y su papel. Cabe entonces preguntarse: ¿cuál es la visión de ciudad y de región del empresariado antioqueño? ¿Qué liderazgos y cuáles nuevas estrategias se están construyendo para incidir de manera pública y transparente en los rumbos de la ciudad y la región? ¡No se sabe!
¿Y la academia? Si algo caracterizó al Medellín de los noventa fue su aporte en el reconocimiento de que las alternativas a los problemas dependían, en buena medida, de su compresión. Fue destacado el papel de algunas universidades y de intelectuales comprometidos con la realidad social, en la formación de una opinión calificada sobre lo que nos pasaba, al insertarse en diálogos con diferentes sectores sociales y políticos. En este campo, con excepción de algunos centros académicos que se la juegan por incidir en el debate público, percibimos un panorama desolador. La lucha por conseguir contratos con entidades públicas, compitiendo incluso con las organizaciones sociales, ha reducido en muchos casos su rol, al de operadores de proyectos, debilitando todo su potencial y su naturaleza en la producción de conocimiento con vocación social.
Ante esta situación no hay que buscar culpables. En sentido estricto, ¡no los hay! Lo que sí hay, es una enorme responsabilidad colectiva, y por supuesto, la Corporación Región se ha alertado y sabe que debe asumir su parte, pues están en juego nada más y nada menos que nuestro presente y nuestro futuro.
Las elecciones locales están cerca y tenemos poco tiempo para reaccionar. Identificar criterios éticos y políticos que nos permitan evaluar las candidaturas, así como establecer una agenda básica que aboque las principales problemáticas y desafíos, es urgente. Y, a mediano y largo plazo la tarea es trabajar por renovar los liderazgos en Medellín de lo contrario, seguiremos lamentándonos, en cada periodo electoral, del retroceso de la ciudad y la región como si solo fuéramos espectadores.