Opinión

Viernes, 16 Noviembre 2018 12:55

Opinión. Educar es tejer con los hilos de la pasión

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Educar es una labor imposible sin el genuino interés, motor y emoción del aprendiz. No hay ni experiencia ni aprendizaje, si no se implica el corazón.

En múltiples ocasiones me han preguntado desde cómo elegir un colegio hasta cuestiones filosóficas sobre el valor de la educación, sus retos y desafíos. En el fondo subyace el mismo interrogante ¿Qué le pedimos a la educación?

Tal vez, existan muchas respuestas comunes, pues el tema es políticamente correcto; nadie niega su valor e importancia. Hay que educar para la vida, el desarrollo, el futuro, el trabajo, para la innovación y la convivencia.

En nuestro sistema escolar solemos saturar a los rectores y a las escuelas con proyectos de educación en salud sexual, en movilidad, en ciudadanía, en arte etc. como si la educación fuera diferente para cada tema. La verdad es que el impulso por aprender es el mismo en todos y para todo, un chispazo de emoción que conmueve y apasiona un corazón, e inquieta una mente.
Le hemos quitado poesía a la educación, la metimos en un frasquito, y la volvimos una receta. Históricamente ha sido útil a las ideas de la época, perdiendo así su espíritu libertario, siempre va atrás, persiguiendo los modelos económicos y políticos. La educación está prisionera.

Para los griegos la escuela -eskole- era el lugar del ocio, del placer de aprender, se asociaba al goce, asequible sólo a los ciudadanos libres y de allí, se desprendieron el raciocinio, la dialéctica, la reflexión y el pensamiento. En el diálogo y la conversación se crea toda una civilización.

Así, cuando me preguntan, ¿Cuál es el mayor reto de la educación hoy? yo solo puedo pensar en devolverle su esencia, la pureza al acto educativo, el encuentro de corazones y emociones inspirados por el saber, el conocer, el conversar y el experimentar con el cuerpo, la mente y el espíritu.

Hay que liberar la educación, devolverla a la calle, a la casa, a la sociedad, hay dejar que evolucione. ¿Por qué seguimos educando bajo el modelo del S XIX? ¿Por qué la homogenización, la estandarización y la tarea son parte de la jerga educativa? ¿Por qué nos mantenemos en el moderno, paradigma mecanicista?

Simplemente, porque así funciona todo lo que volvemos procedimental, regulado y normatizado.

La educación debe desacomodarse y liderar su propia revolución para volver a lo esencial, estar a la altura de los retos contemporáneos: humanidad, tecnología, cultura y ecología.

En sociedades cada vez más rápidas y cambiantes, el desafío no es aprender lo que existe hoy, sino proyectar lo que existirá. En esos escenarios la clave es aprender a aprender. Acompañar a niñas y niños a abrir sus corazones, a inspirarse, a mantener sus mentes despiertas para que sean aprendices toda la vida.

La escuela está llamada a ser el espacio en fluidez por vocación, el lugar de la conversación viva y constante, de la experiencia y la exploración. Y esto no obedede a la tecnología o a los cambios de paradigma o a la actualidad, se lo concede su propia naturaleza.

Pensemos por un instante en todo lo que hoy le exigimos a la educación: colaboración, innovación, manejo de la tecnología, correspondencia con el desarrollo de la economía, contexto y territorio. Tal cual son los clamores que en otros tiempos se le han pedido, seguramente para afrontar retos diferentes.

El problema de fondo es querer hacer de la educación un método o un modelo porque le cercenamos su espíritu dialéctico, le quitamos su carácter orgánico y la convertimos en la peor de las carceles, esa que defiende doctrinas.

Las ideas siempre tendrán los aires de una época, he allí el problema de la educación como espacio para perpetuarlas, pues se constituirá en la principal defensora del statu quo.

Recordemos que las mujeres estaríamos todavía sin el derecho al voto, si hubiera sido por la educación del momento y yo, no tendría la oportunidad de escribir esta columna.

 

Claudia Restrepo. 
Responsable de Capacidades
Comfama
@eskole