Opinión

Martes, 05 Febrero 2019 03:19

Editorial. Una agenda para tiempos oscuros

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La lista de motivos para el escepticismo y la desesperanza, es interminable y realmente aplastante. ¿Cómo no sucumbir ni permitir que el país y sobre todo, las conquistas democráticas y la paz, se nos escurra entre las manos? ¿Qué hacer ante esto?

El 2019 comienza cargado de desazón.

La guerra ha vuelto a ocupar un lugar importante en las noticias. El irracional y atroz atentado a la Escuela de Cadetes, pone en evidencia un ELN fungiendo de mártir de una guerra degradada, incapaz de comprender el significado de la paz y lo peor, funcional a sectores militaristas del establecimiento, que con todo vigor, se oponen a la solución política negociada y a la implementación del Acuerdo de Paz. La respuesta del gobierno, no de suspender los diálogos que es su potestad, sino de no respetar los protocolos que sustentaron la negociación en caso de que hubiera ruptura, es bastante diciente de su desconocimiento de la institucionalidad y la normatividad internacional. Esto sumado a la ya maltrecha implementación del Acuerdo, al esfuerzo persistente por deslegitimar a La Jurisdicción Especial para la Paz, y a la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad, son muestra de la adversidad para avanzar en la construcción de paz.

A esto se suma la continuidad en el asesinato de líderes sociales. Según informe de la Defensoría del Pueblo, del 1 de enero de 2016 al 31 de diciembre de 2018 fueron asesinados 431 líderes sociales y defensores de derechos humanos, en su mayoría, de Juntas de Acción Comunal, comunidades indígenas, campesinas, afrodescendientes. Recientemente el mismo gobierno, en cabeza de la Fiscalía, reconoció la sistematicidad ya que casi todas estas personas, lideraban organizaciones comunitarias, participaban en procesos de sustitución de cultivos o eran reclamantes de tierras. Si bien se han tomado algunas medidas de protección y se creó una unidad de búsqueda para perseguir a los autores materiales, lo cierto es que, como decía un columnista, les siguen matando en las puertas de sus casas y en nuestras narices, sin que esto genere conmoción y mucho menos una efectiva reacción para impedir que se sigan produciendo.

La situación de Venezuela también es alarmante y tiene implicaciones directas en Colombia. Estamos ante un régimen que cada día se distancia de los mínimos democráticos e incurre en prácticas autoritarias y violatorias de los derechos humanos. Las imágenes del éxodo son contundentes para ilustrar el drama y la necesidad de encontrar una salida negociada inmediata. Pero la clara injerencia de los EEUU y las voces que claman por una intervención militar, dejan a Venezuela al borde de un abismo con graves implicaciones humanitarias y consecuencias en el avivamiento del conflicto armado en Colombia y en la potencial desestabilización de Suramérica.

Finalmente, a seis meses de gobierno de Ivan Duque constatamos su debilidad y rumbo errático: el nombramiento en altas esferas de funcionarios de dudosa reputación y capacidad técnica; los pobres debates y escasos resultados en el Congreso, en temas tan importantes como la reforma política y de la justicia; el desvanecimiento de las acciones encaminadas a lograr un pacto político nacional que garantizara un acuerdo sobre asuntos fundamentales; el desconocimiento de la consulta ciudadana contra la corrupción, y su alineación con posturas militaristas, son evidencias de ello.

La lista de motivos para el escepticismo y la desesperanza, es interminable y realmente aplastante. ¿Cómo no sucumbir ni permitir que el país y sobre todo, las conquistas democráticas y la paz, se nos escurra entre las manos? ¿Qué hacer ante esto?:

1) Lo primero es recalcar por todos los medios, el No rotundo a la guerra llamando a que sea la política y no las armas, la que ocupe el lugar central en la tramitación de los conflictos internos y externos. Ninguna intervención militar puede suplantar ni la soberanía de los pueblos ni las instancias y el uso de mecanismos democráticos. Tenemos que decir al unísono, en todos los lenguajes, en todos los tonos, en todos los colores, NO A LA GUERRA.

2) En coherencia con esto, defender el Acuerdo de Paz firmado entre el Estado y las Farc. Ya sabemos que se trata de una paz incompleta, que los obstáculos puestos para su implementación han cercenando, en buena medida, su espíritu y sus alcances. El que asuntos cruciales como la participación y el desarrollo rural, que justamente beneficiaban a las víctimas y a la población campesina, hayan tenido tan pocos avances, es bastante grave. No obstante, es necesario defender lo logrado. Rodear a la Justicia Especial para la Paz, a la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, y a la Unidad de Búsqueda de Personas Desparecidas, para que su labor se cumpla y las víctimas tengan allí el lugar que les corresponde. Al mismo tiempo, reconocer y respaldar los gestos de paz por parte de la FARC. En medio de la precariedad, la voluntad de mantenerse en la vida civil, de rehacer sus vidas y apostar a la democracia por vías legales, es una decisión inquebrantable de buena parte de los excombatientes. Esto, tenemos que decirlo a viva voz, al lado de la disminución tajante del número de víctimas, del número de soldados y miembros de la fuerza pública muertos en combate, justifica de sobra el Acuerdo firmado.

3) Defender las conquistas de la democracia, los derechos civiles y políticos. Este es un gobierno que se sintoniza con una tendencia global, que va en contravía de los derechos de las minorías, que recorta y criminaliza la protesta social, que no respeta la separación de los poderes, ni la laicidad del Estado, discurso que desafortunadamente tiene cada vez más seguidores. Frente a esto tenemos que seguir movilizándonos, alzando la voz, educando y argumentando en favor de las bondades de la democracia. Salir a la calle, usar las redes en favor de la opinión y la movilización ciudadana, presionar al legislativo, acudir a la defensa de instancias internacionales, son recursos legítimos y disponibles.

4) Hacer de las elecciones locales una oportunidad para poner en juego demandas democráticas. En los territorios se juega la posibilidad de que primen agendas en favor de la equidad, de los derechos sociales, de la inclusión, de la paz y, en contra de prácticas corruptas en la gestión de los territorios. Hacer pedagogía ciudadana para que cada vez más personas sepan que su voto tiene sentido, para que tramiten sus demandas e incidan en las propuestas de los candidatos, para que hagan veeduría y observación al proceso electoral, son tareas que podemos impulsar y realizar.

5) Finalmente, tenemos que lograr interpelar la vida. No habrá democracia si ésta no tiene arraigo en la cotidianidad de la casa, del trabajo, en la calle, en las formas de relacionarnos. Solo habrá paz si logramos transformaciones significativas en la cultura, en la manera de tramitar los conflictos de la vida diaria y si renunciamos de manera radical a cualquier justificación del uso de las armas. No habrá equidad si no tomamos conciencia de la manera como reproducimos patrones y relaciones de poder y naturalizamos la exclusión. Es decir, las posibilidades de cambio tienen que ver con que reconozcamos que cada persona, sin excepción, tiene una responsabilidad en su entorno inmediato y algo por hacer y transformar en su vida. 

Son tiempos oscuros. ¡Pero hay camino para seguir andando!