Por:Juan Fernando Zapata.
Politólogo con maestría en procesos urbanos y ambientales. Coordinador del Programa Defensa y Transformación Social del Territorio, en la corporación Con-Vivamos. Hace parte de la Escuela Territorial de Barrios de Ladera, del Movimiento de Pobladores de Medellín, y de Pa Dónde Vamos.
Esta ciudad también es nuestra, nosotros la construimos dos veces, de día fuimos mano de obra barata en los edificios del centro y el sur, y de noche fuimos los más felices constructores de nuestras viviendas en el norte, el oriente y el occidente. Dos veces hicimos posible con nuestro trabajo que esta ciudad existiera. Por eso sabemos que tenemos derecho a esta ciudad.
Fragmento Carta de Amor a la Inteligencia. Movimiento de Pobladores.
Pensar en los retos que tiene la ciudad con los territorios populares autoconstruidos es empezar a ocuparse del mejoramiento de la calidad de vida de quienes más lo necesitan. Al menos dos retos se plantean desde este lugar:
Reto 1. Romper con la reproducción de la injusticia territorial.
Romper con la reproducción de la injusticia territorial requiere la redefinición de prioridades y la puesta en marcha de capacidades, recursos e inteligencias de sectores como el público, el académico, el social, el comunitario y, por supuesto, el privado. La desigualdad en Medellín condena a centenares de miles de personas en los barrios populares autoconstruidos a vivir en permanente riesgo sobre una montaña inestable (la misma en la que se edifican con seguridad los edificios para ricos) y en viviendas en condiciones de pobreza y precariedad, mientras el aparato productivo tiene un buen funcionamiento y la especulación inmobiliaria se apalanca en las intervenciones públicas del centro y el sur para acumular capital privado.
Dicha redefinición debe servir para avanzar en el mejoramiento integral de barrios, la gestión de riesgos y la permanencia en el territorio. Esto podría lograrse con acciones como el fortalecimiento del erario público a partir de la utilidad que genera la construcción de ciudad formal, la redistribución de beneficios urbanos hacia los territorios que más lo necesitan; la creación de los mecanismos y dispositivos necesarios para mejorar de forma proactiva del borde urbano rural y la orilla norte del río, donde se concentra el mayor porcentaje de territorios afectados por la desigualdad territorial. En la ciudad ya existen propuestas al respecto: la Escuela Territorial de Barrios de Ladera y el Movimiento de Pobladores son experiencias de las que Medellín debe aprender.
En términos aún más concretos, se trata de facilitar el acceso a la vivienda digna y adecuada, el cuidado ambiental, el mejoramiento de la movilidad y la generación de equipamientos y espacio público. Para que esto sea posible es necesaria la formulación y adopción de los macroproyectos de borde, revisar y corregir el Macroproyecto Río Norte, dar viabilidad económica y normativa al plan habitacional y a una protección a moradores garantista de derechos y con enfoque diferencial para víctimas, y formular, adoptar y dar toda la viabilidad económica a los planes de legalización y regularización e incluso plantearse el reto de anticiparse y planear la informalidad futura, todo ello con amplia participación e incidencia comunitaria.
Todas estas acciones para la superación de la injusticia territorial en Medellín tendrían un valor adicional: el de servir de reparación territorial para las víctimas, pues la mayoría habitan los barrios que resultarían más beneficiados. Un avance en reconocernos como víctimas del conflicto y un aporte a la paz.
Reto 2. Cualificar lo público y fortalecer lo colectivo
Algunas de las acciones necesarias para superar el reto 1 seguramente requieren de gobiernos que se atrevan a tomar decisiones que implican una destinación alta de recursos la adopción de normas y disposición de capacidades públicas. Pero esto puede verse limitado si se tiene en cuenta que Medellín ha sido una de las grandes ciudades en Colombia que con mayor intensidad sufrió las atrocidades de la guerra, y con ésta los intentos de exterminio del pensamiento crítico, la persecución a procesos organizativos y la estigmatización de las izquierdas. Esto conlleva a que en el presente múltiples expresiones partidistas representen un muy reducido espectro ideológico-político que copan las posibilidades de elección. Medellín tiene una limitada discusión sobre lo público y, con ello, sobre el futuro colectivo de la ciudad.
Esto genera limitaciones políticas estructurales que redundan en un déficit democrático, como un techo de cristal que no se ve pero está ahí y no permite avanzar. Se dificulta pensar, con inteligencia colectiva, en los plazos y los recursos que se requieren para superar nuestros problemas más sensibles. Porque como ya fue dicho en el manifiesto por la participación: “sabemos que, así como se necesita todo un barrio para criar bien a un hijo, se necesita mucho más que respeto a la norma y derecho al voto para generar un buen ciudadano” (Pa Donde Vamos, 2017).
Además, es necesario cualificar la planeación, incentivar la participación y fortalecer la organización (comunitaria, social y ciudadana). Todo ello para la construcción colectiva de lo público y el cuidado de lo común, para cambiar las condiciones objetivas que hacen que haya personas en condiciones precarias. Se trata, en últimas, de superar el déficit democrático y la debilidad en la construcción colectiva de lo público desde lo comunitario, lo ciudadano, y lo societal.
En síntesis
Medellín necesita romper con la reproducción de la injusticia territorial, perder el terror a la inclusión política y reconocerse como víctima del conflicto y la violencia crónica para aportarle a la paz. Se trata de superar las condiciones que nos llevaron hasta este presente, de no repetir los errores históricos generados por el abandono y la exclusión, para no vernos de nuevo abocados a la tragedia de la muerte que se fortalece en ese abandono, para ilusionarnos con una ciudad que nos permita vivir mejor, a todos, a todas.