La Corporación Región se funda en 1989 en medio de una crisis profunda en la ciudad y el país, un contexto turbulento marcado como hoy, por el miedo y la incertidumbre, un período en el que muchas de las certezas que acompañaron durante años el pensamiento político, comenzaban a decaer. También, un tiempo de esperanza, la agitación por una nueva Constitución Política y expresiones culturales, sociales y políticas novedosas, abrían otras posibilidades.
Nacimos en medio de las búsquedas de transformación de los movimientos sociales, estudiantiles, barriales, el sindicalismo y los grupos eclesiales de base. Nos interpelaron: el derrumbe del socialismo real, cuya imagen más potente fue la caída del Muro de Berlín; la Paloma de la paz enarbolada por el gobierno y las guerrillas desmovilizadas, a finales de los ochenta; la reforma que dio lugar a la descentralización política y, la elección popular de alcaldes.
Región crece con la Constitución del 91; en ella vislumbramos el más potente instrumento para lograr el propósito que nos juntaba: convertir nuestra indignación en propuesta, reafirmar a Colombia como un Estado Social de Derecho para responder a los mandatos de un pueblo soberano, en el que la paz era un derecho; este horizonte fue con el que trabajamos durante décadas.
Mucha agua ha corrido por debajo del puente. Sin duda, somos un país y una ciudad con menos violencia, mayor institucionalidad, mejores oportunidades y esperanza de vida. Pero al mismo tiempo más inequitativa, tan resistente como antes a ampliar las opciones de participación política, indolente ante al sufrimiento de las víctimas y el asesinato de sus líderes, reacia a la reinserción de quienes han dejado las armas, vengativa y pendenciera.
Todo esto pone sobre la mesa las preguntas por el sentido, la calidad de la democracia y la paz que tenemos. Y Región, al lado de muchas otras organizaciones, reconoce una cuota de responsabilidad en la ciudad y el país que hemos construido; sin duda hay aportes pero no suficientes y, en todo caso, no nos excluimos de una revisión autocrítica y reflexiva sobre el impacto y los resultados de nuestra acción.
En un contexto donde la pervivencia de estas organizaciones es cada vez más adverso, examinamos las posibilidades de seguir existiendo. Tenemos claro que el principal factor de sostenibilidad es social y político y tiene que ver con el sentido de lo que hacemos; por eso este aniversario ha sido, como hace 30 años, un llamado a conversar, a hacernos las preguntas pertinentes, a mirarnos a los ojos y ver la hondura de la incertidumbre, pero también de la esperanza.
De esta celebración queremos resaltar dos acciones que nos llenan de alegría y se convierten en una invitación:
La primera, la revista No 59, Región 30 años Conectada con la Democracia, es el esfuerzo por construir una memoria colectiva, en torno a los temas que han ocupado nuestra atención: paz, democracia y ciudadanías y, simultáneamente, por identificar los retos que estos asuntos nos plantean para la acción y la movilización social. ¡Esperamos que sea una contribución a esa conversación tan necesaria!
Y la segunda, la entrega de nuestro archivo a la Universidad Nacional de Medellín. Se trata de un material que da cuenta de la historia institucional y de la historia de la ciudad. En cientos de documentos, carpetas, fotografías, casetes en diferentes formatos, están registrados momentos e imágenes claves para comprender nuestro pasado y nuestro presente. Nos hace muy felices que la Universidad Nacional nos haya acogido y que hoy este material esté disponible como lo que es: un bien público.
Queremos seguir escribiendo, contando y sobre todo, transformado esta historia. ¡La vida continúa! y deseamos estar allí con el espíritu de una canción emblemática a lo largo de toda nuestra historia: “vivir, sin sentir vergüenza de vivir feliz. Cantar, y aunque todos se opongan tratar de reír. Yo sé que la calle está dura pero ya cambiará. Por eso nada impide que repita: que la vida es bonita y es bonita”
Coda:
El país vive una enorme convulsión. Como nunca antes, una ciudadanía diversa, creativa, indignada, propositiva, ha salido a las calles a pedir más democracia, más equidad y compromiso con la paz, entre muchos otros reclamos. Las marchas y los cacerolazos son una nueva expresión ciudadana que trasciende la convocatoria inicial al paro y plantea una pluralidad increíble de agendas y voces que reclama ser reconocida y escuchada. Las manifestaciones violentas, provenientes de grupos extremistas de derecha e izquierda, son minoritarias y no representan este clamor, que es en esencia civilista. Mantenerlas al margen y rechazarlas es fundamental para proteger la movilización social y la institucionalidad democrática.
El Gobierno nacional no puede ignorar este llamado. Es urgente abrir un diálogo social en el que de verdad se esté dispuesto a escuchar y negociar. Nadie puede salir intacto. En el contexto de América Latina, lo que pase en Colombia puede ofrecer pistas para la tramitación de un conflicto social que tiene hondas raíces en políticas sociales y económicas que han excluido, de los beneficios del desarrollo, a una gran parte de la población. Hay mucho por entender aún y no se sabe el rumbo ni lo que pueda pasar, pero por ahora, ¡bienvenidas la protesta, la movilización social civilista y el diálogo social!