Jenny Giraldo García
Comunicadora social – periodista (Universidad de Antioquia, 2006) y en estudios de maestría en Estudios humanísticos (Universidad Eafit, 2017). Coordinadora del proyecto para la difusión de las artes escénicas Cuarta Pared. Comunicadora en la Corporación Región (2014 – 2017) y actualmente, coordinadora de la revista Desde la Región, como voluntaria.
Resumen:
Arlequín y los Juglares, Nuestra Gente y Barrio Comparsa son tres propuestas que reconstruyen tejido social a través del teatro y las artes escénicas en comunidad. Han optado por el arte como vía de transformación de prácticas e imaginarios para repensar las relaciones con los otros, el medio ambiente y el territorio; para comprender el lugar de la comunidad en la esfera política y reconocerse a través de sus propias narraciones. En últimas, para transitar caminos de esperanza y reconciliación.
“Creer en la sanación es creer en el acto creativo.”
John Paul Lederach. La imaginación moral.
Arlequín y los Juglares, Nuestra Gente y Barrio Comparsa optaron por el arte como vía de transformación de prácticas e imaginarios para repensar las relaciones con los otros, el medio ambiente y el territorio; para comprender el lugar de la comunidad en la esfera política y reconocerse a través de sus propias narraciones. En últimas, para transitar caminos de esperanza y reconciliación.
Medellín es una ciudad tocada burdamente por la guerra. En el informe “Medellín: memorias de una guerra urbana (2017)”, publicado recientemente por la Corporación Región y el Centro Nacional de Memoria Histórica, se destacan las milicias, los paramilitares, las guerrillas y el cartel del narcotráfico como actores que sembraron miedo y desconfianza. Muchos territorios fueron estigmatizados dejando una “generación perdida”, especialmente hombres jóvenes de los barrios periféricos, víctimas directas de la violencia homicida (p. 268)1. Los impactos de la guerra urbana también limitaron los espacios de participación; líderes y lideresas fueron señalados, amedrentados, coaccionados y asesinados por grupos armados (p. 304). En suma, muchas condiciones hicieron de la desesperanza y del “no futuro”2 formas de habitar la ciudad.
Sin embargo, Medellín es también resiliente y capaz de re-crearse. El informe citado identifica un período que va de 1982 a 1994, en el que se realizaron acciones colectivas de resistencia y de sobrevivencia por la defensa de los derechos humanos y la vida (p. 334). Ahí se inscriben diversas propuestas culturales y artísticas que, con el ánimo de confrontar los poderes violentos que ocuparon los territorios, se tomaron el espacio público, la calle, el barrio. Formas creativas de resistencia a la guerra que siguen vigentes y, sobre todo, vitales.
Lo escénico como apuesta creativa para la reconciliación
“El teatro es eso: ¡el arte de vernos a nosotros
mismos, el arte de vernos viéndonos!”
Augusto Boal. Juegos para actores y no actores.
A los barrios Manrique Oriental, Santa Cruz y al corregimiento de San Antonio de Prado los atraviesa una historia común: el surgimiento de iniciativas asociadas a las artes escénicas nacidas del deseo de crear y la necesidad de iluminar la oscuridad que se expandía por Medellín. Barrio Comparsa, la Corporación Cultural Nuestra Gente, y Arlequín y los Juglares son hitos en la ciudad. Tres organizaciones que existen porque entendieron que no se podían paralizar, que tenían una suerte de “varita mágica” para combatir el miedo y abrir caminos de paz.
Si bien el país empieza a transitar una compleja ruta hacia la reconciliación, que pasa por múltiples procesos de memoria y reparación, es necesario reconocer que estos colectivos llevan décadas asumiendo la reconciliación como compromiso. ¿Cómo la definen? Para Adriana Diosa, directora ejecutiva de Arlequín y los Juglares: “Es una apuesta política por la vida, por el autobienestar y el del otro, por la armonía, es sanar; más que en la vía del perdón y el olvido, la entiendo como un acto de reencontrarnos en un lugar distinto al de la violencia y el odio”3. Una concepción que coincide con la de Luis Fernando García, el Gordo, creador y director de Barrio Comparsa: “Es la necesidad de un reencuentro, no solo desde el espíritu de la vida, sino desde la creación de nuevas propuestas que surgen de reconocer y valorar al otro, de juntar ideas para transformar el tiempo, como magos”4. Para Jorge Blandón, director de Nuestra Gente: “Es el sentido de la profunda armonía”5.
¿Por qué las artes escénicas fueron la vía?, ¿cuál es el valor simbólico de la representación y del teatro para convertirlos en puentes para la reconciliación? En La imaginación moral (2016), Lederach relaciona el arte con “la búsqueda del retorno a nuestra humanidad” (p. 304), pues la capacidad de crear y re-crear, de construir mundos posibles y de representar a otros, abre caminos para entenderse de forma distinta en el mundo. “La creatividad va más allá de lo existente hacia algo nuevo e inesperado, surgiendo de y hablando a lo cotidiano. Ese es, de hecho, el papel del artista, y el por qué la imaginación y el arte están en los márgenes de la sociedad” (p. 90). Cuando el teatro surge del seno de una comunidad y las mismas personas que la integran son artífices de la dramaturgia, la escenografía, el vestuario y la construcción de personajes, se activa la imaginación moral, todos son creadores, pero también observadores, como diría Augusto Boal (2011), espectactores: “Todos los seres humanos son actores, porque actúan, y espectadores, porque observan” (p. 21), partícipes de la narración y de la puesta en escena, a partir de sus vivencias, sentimientos y expectativas. Así es como el teatro en comunidad se convierte en una alternativa para el reencuentro y la reconciliación.
Nuestra Gente: el arte no es juez ni parte, es otra posibilidad
La comunidad reunida alrededor de la Casa Amar-i-lla. Cortesía: Nuestra Gente
La Corporación Cultural Nuestra Gente tiene su origen en 1987 en el barrio Santa Cruz de la Comuna 2 de Medellín. Surge de una mixtura: un grupo juvenil guiado por los principios de la teología de la liberación; músicos que se unieron alrededor de los ritmos andinos y el teatro estudiado en la academia. Procurando un encuentro permanente con su identidad y sus raíces, apostaron por la vida en un territorio plagado de muerte.
Si la comprendemos como un proceso de reencuentro para vivir en armonía, la reconciliación ha sido el eje de la historia de Nuestra Gente. Uno de los primeros asuntos que debió atender fue la distancia de la comunidad con el arte y el teatro, así, emprendió la tarea de aproximar y reconciliar las artes con la sociedad. La población infantil y juvenil asistía a los talleres y participaba de los grupos, mientras que la Corporación invitaba a sus familias para contarles qué sucedía allí y por qué era útil para la comunidad. De este proceso surgió un grupo de madres que hoy sigue haciendo teatro.
Luego vino la necesidad de reconciliarse con el territorio. Jorge Blandón describe así el momento en el que nace Nuestra Gente: “Eran épocas de los Triana, los Prisco, el Loco Uribe, de bandas, de personajes siniestros, al menos así los presentaban en la prensa: una monstruosidad”. Se propusieron entonces encontrar y comprender la humanidad que en ellos existía, reconocerlos como hombres cuyos caminos y decisiones eran diferentes y permitirles entrar al teatro, admitir a sus hijos e hijas en los procesos: “Ellos atravesaron una daga en el corazón del territorio, pero La Casa ha estado abierta para ellos, les sabemos el nombre, nos saludan. En el ejercicio de reconciliación tiene que haber inclusión”. Al mirar a los actores armados de otra forma, Nuestra Gente entendió que no podía ser parte del conflicto ni jueces de sus decisiones. Su función era más simple: mostrarse como otra posibilidad para ser, hacer y moverse en el territorio.
La corporación cuenta con una sede conocida como la Casa Amar-i-lla, que cuenta con sala de teatro, salones para talleres y ensayos, biblioteca, cocina y un comedor. La Casa es símbolo de reconciliación, allí se llega a ver, a crear y, sobre todo, a mirarse los unos a los otros para tejer lazos entre ellos y con su territorio. Desde hace treinta años el barrio es la opción de Nuestra Gente, y el teatro comunitario, la práctica que fortalece los vínculos, un teatro que se hace en, para y con la comunidad, y en estas tres preposiciones está la clave para que el acto creativo sea potente sanador.
Barrio Comparsa: el arte es la posibilidad mágica de volver a mirarnos
Barrio Comparsa se toma los barrios y las calles. Cortesía: Barrio Comparsa.
En 1990 surgió la Corporación Barrio Comparsa en Manrique Oriental, Comuna 3 de Medellín. El miedo se apoderaba de los habitantes del sector, las balaceras eran cotidianas, las personas se escondían bajo sus camas, el uso del espacio público era un riesgo para la vida. Luis Fernando García, “el Gordo”, vivía allí. Su trabajo, fundamentado en la lúdica callejera, se desarrollaba justo en la esquina, la cancha, la calle, lugares que le estaban siendo arrebatados por la guerra. Así describe él ese momento de la ciudad: “Cuando Medellín entró en una oscuridad y una incertidumbre, cuando Pablo Escobar nos mandó a dormir temprano y la vida empezó a valer huevo después de las seis de la tarde, años 80, años 90, nos preguntamos: ¿qué va a pasar con nuestros sueños?”.
Partiendo de su experiencia como recreacionista, “el Gordo” se equipó con zancos y trapos de colores y salió a la cancha de fútbol; los vecinos se alertaron y se sumaron a los niños y niñas que lo seguían. El poder simbólico de la actividad lúdica se le presentó como la mejor opción para combatir el miedo y decirles a los violentos que ese territorio tenía otros dueños; la respuesta de la comunidad, en sus palabras, fue “mágica”. Muchas familias se unieron al llamado, incluyendo las de los sicarios. Así, se propició un encuentro barrial que borró fronteras entre vecinos, la alegría era un derecho común y el uso de espacio público también.
Otra dimensión de la reconciliación para Barrio Comparsa fue el encuentro de la ciudad con barrios y territorios prácticamente invisibles en el mapa, que, con la movilización ciudadana, lograron llamar la atención de los medios, evidenciar las violaciones a los derechos humanos y poner en la agenda pública sus propuestas “como una alternativa de esperanza”.
En esta historia se destaca la llegada de la Consejería Presidencial para Medellín –en 1990–, en cabeza de María Emma Mejía, quien se acercó a organizaciones sociales y comunitarias para conocer mejor los territorios y dar cuenta de los “hechos de vida” que tenían lugar en la ciudad. La Cooperativa La Esperanza, Picacho con Futuro, Convivamos –en ese momento llamada Convivir–, Nuestra Gente y Barrio Comparsa demostraron que la defensa de la vida y los derechos sí estaba presente en los barrios de Medellín. Como parte de esta intervención, en 1991 fue creado el programa de televisión Arriba mi barrio. Como los medios hablaban constantemente de una ciudad de asesinos y asesinados, fue necesario mostrar otra Medellín, la de la gente en los barrios reinventándose para vivir mejor. Toda esta sumatoria de posibilidades: la comunicación, la movilización ciudadana y el arte, se leía así en la revista Semana (1993): “En un lugar donde nadie creía en el sistema se vieron por primera vez pruebas de que alguien diferente del ‘patrón’ se preocupaba por ellos”.
Casi tres décadas después, Barrio Comparsa sigue activa en el círculo cultural de Medellín. Su Metodología Lúdica Acción, Participación, Transformación (MLAPT) “acerca el juego, la lúdica y las manifestaciones artísticas a las aulas, familias y comunidades, para contribuir a la no violencia, la recuperación de la confianza y la generación de relaciones sociales basadas en el respeto, el afecto y la solidaridad” (Barrio Comparsa, 2016, p. 5). Esto es posible porque se comprenden la lúdica y el arte como prácticas vinculadas desde sus orígenes a la convivencia de las comunidades: “El juego, el festejo y la expresión provienen de la esencia de lo humano, de la pasión por aprender, imaginar, crear, transformar y reinventar los imaginarios de la vida con su creatividad” (p. 9), de ahí se parte para hablar de reconciliación, ese encuentro mágico con el otro que lo reconoce, lo valora y le da un lugar en el mundo.
Arlequín: pedagogías y prácticas para la solidaridad y la alegría
Arlequín y los juglares, entre abrazos y encuentros. Cortesía: Arlequín y los Juglares.
Como una apuesta por la defensa de los derechos humanos a través del teatro, nació Arlequín y los Juglares en 1972. Sus integrantes, alumnos de la Escuela Municipal de Teatro y del Teatro El Taller, optaron por hacer del suyo, un movimiento artístico, social y popular que trabajara al lado de organizaciones que compartieran sus ideales. La militancia política fue uno de sus acentos; el teatro, la memoria y la vida, palabras que llenaron de sentido el encuentro con otros y otras. Su trayectoria es larga –45 años– y en ese lapso hay muchas historias de desencuentros y nacimientos.
Arlequín ha concentrado gran parte de sus esfuerzos en el trabajo con víctimas, desde propuestas estéticas panfletarias y contestatarias, denunciando al Estado y los poderes hegemónicos. Cuentan con una propuesta pedagógica para desarrollar habilidades básicas del pensamiento con el arte como herramienta de empoderamiento político y convivencia, con enfoque intercultural, territorial y de género. Hoy, Arlequín tiene una escuela con más de noventa personas y trabajan en las comunas 4 (Aranjuez), 8 (Villa Hermosa) y 10 (La Candelaria), y en los municipios de Titiribí y San Francisco.
Cada año, Arlequín elige un tema eje del trabajo que se aborde de manera sencilla y al que se le pueda dar continuidad con recursos de las comunidades. En palabras de Adriana Diosa: “Algo elemental, que el ser humano pueda encontrar fácilmente y que solo necesita un pequeño caminito, que sane un poco el dolor de tantos años y que sea un valor que le permita encontrarse con el otro”. Hoy, ese camino se llama prácticas solidarias que reivindican el derecho a la alegría. ¿De qué se trata?: “Vamos a las comunidades, jugamos con los niños, exploramos en sus tristezas, alegrías, victorias, y sembramos alegrías. Y cuando una comunidad es alegre, está preparada para la reconciliación; cuando descubre el valor de la solidaridad, no necesitan recursos ni proyectos”.
Una de las experiencias es la de Yemayá Palenque Bantú Teatro, un grupo de mujeres de la Comuna 8 con las que se ha vivido un proceso de reconciliación significativo. El grupo necesitaba un sitio para ensayar y los paramilitares ofrecieron un lugar conocido como “La Granja”. Tratándose de una propuesta por los derechos humanos, no era aceptable el espacio de un grupo armado, así que lo rechazaron. “No los íbamos a odiar ni a matar, pero no podíamos involucrarnos con ellos, no podíamos ser parte de su base social”, así sustentaron la decisión. Mientras Yemayá avanzaba en su trabajo, empezó en Medellín el proceso de desmovilización de las Autodefensas Unidas de Colombia, y “La Granja”, lugar de terror para el barrio, fue abandonado por los armados. La comunidad se lo apropia y con propuestas artísticas como la de Yemayá, lo resignifica. Ese es el valor del arte cuando se asienta en un territorio y reconoce todas sus particularidades. Actualmente, “La Granja” está integrada al plan de intervención urbana, Jardín Circunvalar.
Arlequín y los Juglares nos muestran cómo el arte tiene un papel fundamental en el proceso de reconciliación que hoy necesita Colombia. Una visita reciente a Caldono, Cauca6, reafirmó la potencia del arte para imaginar, proponer un mundo distinto y poner en la misma escena a las víctimas y a los victimarios, ocupando ya diferentes lugares. Aunque la comunidad indígena de Caldono ha convivido con los actores armados por más de veinte años, ahora, tras el Acuerdo de Paz, es necesario transformar su forma de relacionarse. ¿Puede el arte facilitar ese tránsito? Estas palabras de Adriana Diosa ayudan a responder esta pregunta: “En la concepción del arte que tenemos cabe un encuentro con el otro, una pregunta por cómo lo que yo sé puede ayudar a transformar al otro. No se hace como un encuentro vertical, llegamos a trabajar con la materia prima de los anhelos, los sueños, los recuerdos, las cosas bonitas y las dolorosas que se han vivido, los valores, las capacidades, los defectos y carencias. Cuando yo miro al otro así, en todas esas dimensiones, es posible que haya una reconciliación”.
Magos y flautistas
En La tempestad: la reconciliación por medio del arte, Estanislao Zuleta habla de Próspero, el protagonista, como un mago poseedor de una varita “con la que puede hacer y deshacer, como el mismo Shakespeare con su pluma” (Zuleta, 2015, p. 98). Este mago inventa posibilidades ficticias que bordean –casi muerden– la realidad. En La imaginación moral, Lederach expone un nuevo significado del cuento “El flautista de Hamelin”:
Lo que aprecié fue el poder de un flautista para movilizar una ciudad, hacer frente a un mal y exigir responsabilidades a los poderosos. Sin poder visible, incluso sin ningún arma prestigio y, menos aún, sin un arma violenta, un flautista transformó toda una comunidad. Me llamó la atención el poder no violento de la música y del acto creativo. Ahora, la moraleja del cuento parecía ser esta: atención al flautista y a su música creativa porque, como el viento invisible, tocan y movilizan todo lo que hallan en su camino. (2016, p. 288)
El teatro permite ponerse en los zapatos del otro, entender el alma del ser al que se representa, el teatro es la creación y el encuentro de mundos posibles como los imaginados por Shakespeare y Próspero. Experiencias como las hoy referenciadas son la prueba contundente del arte que hace magia, transforma y moviliza sujetos y comunidades. El camino de la reconciliación en Colombia es exigente y necesita procesos de sanación. Reconocer el acumulado de estas organizaciones y tomar sus lecciones aprendidas nos pondrá en perspectiva de futuro, sin perder de vista una historia que, en Medellín, nos ha salvado.
Referencias bibliográficas
Barrio Comparsa (2016). El taller de la alegría: módulo de comparsa y juego lúdico. Medellín.
Boal, A. (2011). Juegos para actores y no-actores. Barcelona: Editorial Alba.
Centro Nacional de Memoria Histórica (2017). Medellín: memorias de una guerra urbana, CNMH – Corporación Región – Ministerio del Interior – Alcaldía de Medellín – Universidad EAFIT – Universidad de Antioquia, Bogotá.
Lederach, J. (2016). La imaginación moral. Bogotá: Semana Libros.
Semana (1993). Se va «la Monita». Semana. Recuperado de http://www.semana.com/gente/articulo/se-va-la-monita/19295-3.
Zuleta, E. (2015). La Tempestad: la reconciliación por medio del arte en: Shakespeare: una indagación sobre el poder. Cali: Fundación Estanislao Zuleta.
1 Según datos de Medicina Legal, 1991 fue el año con mayor índice de homicidios en Medellín. Se registraron 375 por cada cien mil habitantes, mientras que el índice nacional para el mismo año fue de 86. Datos recuperados de http://www.bvs.sld.cu/revistas/spu/vol31_3_05/spu05305.htm.
2 La película de Víctor Gaviria Rodrigo D. No futuro se convirtió en un referente sobre la condición de los jóvenes de la ciudad hacia finales de los ochenta; generación desesperanzada, sin oportunidades y sin perspectiva de futuro. De ese referente audiovisual quedó también la etiqueta del “no futuro”.
3 Entrevista a Adriana Diosa, directora ejecutiva de la Corporación Arlequín y los Juglares. Septiembre de 2017.
4 Entrevista a Luis Fernando García, director de la Corporación Barrio Comparsa. Septiembre de 2017.
5 Entrevista a Jorge Blandón, director de la Corporación Cultural Nuestra Gente. Agosto de 2017.
6 Municipio en el que se ubicó una de las veinte Zonas Veredales Transitorias de Normalización para la guerrilla de las Farc, como parte de la implementación del Acuerdo de Paz. En Caldono, en 1991, también se llevó a cabo el acuerdo de paz entre el Movimiento Armado Quintín Lame y el Gobierno nacional.