Marta Salazar Jaramillo
Publicista (Universidad Pontificia Bolivariana, 2000). Magister en Hábitat (Universidad Nacional de Colombia, 2009). Socia de la Corporación Región.
Resumen
Durante varios años, la Corporación Región propuso diferentes prácticas artísticas en el espacio público (Tenemos Nuevos Vecinos, Alguien quiere encender una luz para reconocer tu rostro, Esta es tu casa) para afrontar los retos del desplazamiento en la ciudad. En ellas, a través del diálogo de los artistas y la comunidad, se partió de la capacidad de agencia de las personas y de su poder para transformar sus condiciones y contexto.
“Para los menos privilegiados, el hogar no está representado por una casa, sino por una serie de prácticas. Cada uno tiene las suyas. Por muy transitorias que puedan ser en sí mismas, la repetición de estas prácticas, elegidas y no impuestas, ofrece más permanencia, más cobijo que cualquier alojamiento. El hogar ha dejado de ser una vivienda para ser el cuento no contado de una vida que está siendo vivida. En el sentido más crudo, el hogar es tan sólo el nombre de uno, cuando para la mayoría de personas no tienes nombre”.
Carlos Patiño Millán
La invitación a escribir sobre unos años que cambiaron mi manera de ver el mundo es volver a pasar por el corazón. Literal. Desde entonces, Medellín no ha dejado de sorprenderme en las formas aciagas que tiene para que la veamos, para que nos demos cuenta de los límites que como sociedad atravesamos. A finales de los noventa y en los albores de un nuevo milenio, a la ciudad llegaron más de ciento cincuenta mil personas. Al principio no las vimos, así como tampoco percibimos la guerra que se vivía en el campo, a menos de cuatro horas de la urbe; fuimos lentos para darnos cuenta de que el contexto se transformaba de manera violenta. Llegó un punto en el que era imposible seguir diciendo que no pasaba nada; era evidente que estábamos ante un reto tremendo como sociedad y como ciudad.
En el 2000, la Corporación Región inició trabajos en un par de asentamientos de la zona Centro oriental a la que llegó gente del Oriente, de Urabá, del Norte de Antioquia, también del Chocó y de otros departamentos vecinos. Allí apreciamos la magnitud de la tragedia que el desplazamiento forzado acarrea a las personas. Medellín era una ciudad para instalarse, en la que podían rehacer sus vidas.
TENEMOS NUEVOS VECINOS ¨Dejé pedazos de cuero en el alambre¨ from Luigi Baquero on Vimeo.
Como institución, se desplegaron estrategias para abordar la problemática a la que debíamos hacer frente en este proyecto. Nos desconocíamos; la desconfianza nos atravesaba, la estigmatización y el prejuicio hacían parte de nuestros preceptos, y debimos esforzarnos fuertemente para derrumbarlos, para construir cercanías, develar lo que estaba sucediendo.
A la primera campaña que realizamos la llamamos Tenemos Nuevos Vecinos. El propósito era exponer en el espacio público un tema que debía ser de interés general; se combinaron en esta acción enfoques simbólicos, comunicativos y pedagógicos, partimos del presupuesto de que la exclusión es la antítesis de la ciudadanía. Nos encontramos ante tres situaciones: que la gente ignorara el desplazamiento forzado, que pidieran o realizaran acciones para promover el retorno, o echar mano del arte y buscar que la ciudad los acojiera como nuevos vecinos.
Tenemos Nuevos Vecinos propuso una intervención artística en diversos sitios públicos de la ciudad, lugares de encuentro de los habitantes de Medellín. Durante cinco fines de semana consecutivos se realizó la obra “Moradas”, de la artista plástica Gloria Posada. Quince habitantes de calle armaban sus cambuches en cada lugar y mientras los transeúntes contemplan su labor, ellos hacían de su casa “esculturas” en el espacio público. El interés de la obra era mostrar lo que habitualmente el ciudadano común no ve, lo que rechaza porque es diferente.
La obra “Moradas” finalizó con El Banquete de la Reconciliación en el Parque de San Antonio: una cena de bienvenida a la nueva ciudad en construcción, que además les daba la bienvenida a todos los ciudadanos. En este acto participaron cien personas que se sentaron a una mesa gigante dispuesta para que los comensales compartieran la comida como símbolo de equidad. Esta obra resaltaba también la importancia del alimento para la vida, y de dar de comer como gesto de generosidad. El Banquete de la Reconciliación fue un evento público bajo la mirada de todas las personas que transitaban por el lugar. De esta obra quedó como resultado un mantel elaborado con las huellas y nombres de quienes participaron, como una metáfora de la convivencia.
En el 2003 continuamos tomándonos el espacio público. En esta nueva actividad consideramos de vital importancia que las personas desplazadas hicieran oír su voz, y nosotros como institución fuéramos mediadores. Invitamos al artista Fredy Serna, quien propuso hacer una obra en el espacio público el 7 de diciembre, día de la luz y fecha significativa de la Navidad en Medellín. Se realizó un taller de velas, que sirvió para conversar con cada una de las participantes; se vivieron momentos de encuentro muy importantes para acercarnos, reconocernos y establecer lazos de confianza. De manera colectiva, a esta intervención se le denominó Alguien quiere encender una luz para reconocer tu rostro, haciendo alusión a un llamado de las mujeres a ser vistas como sujetos, sin el estigma de desplazadas que la sociedad les había impuesto. Esta obra les permitió nombrar muchos de sus temores. Con las velas hechas por ellas, formaron el mapa de Antioquia. A las siete de la noche, el 7 de diciembre, quinientas personas encendieron simbólicamente las luces de sus municipios de procedencia y compartieron una luz con otros ciudadanos. Este fue un acto estético y simbólico que usó la luz como pretexto para convocar, hablar y compartir; pasamos de un mapa de Antioquia en penumbras a un mapa iluminado por los gestos de cada una. Las velas nos alumbraron y dejaron ver nuestros rostros.
Llegamos a Esta es tu casa
“Todo espacio realmente habitado lleva como esencia la noción de casa”.
Gaston Bachelard. La poética del espacio.
Durante cuatro años reflexionamos sobre el desplazamiento forzado y la ciudad; teníamos miles de interrogantes sobre lo que estaba sucediendo; sabíamos que era necesario continuar indagando sobre el tema. En las conversaciones surgió la pregunta de si nosotros podíamos considerar a Medellín como nuestra casa. La respuesta entre los conocidos fue que sí, pero nuestros nuevos amigos, los nuevos vecinos, dijeron: “No, esta ciudad nunca nos ha querido recibir”. Esta paradoja nos llevó a construir Esta es tu casa, una afirmación, una invitación, una plegaria.
En esta nueva intervención partimos de la necesidad de establecer diálogos sobre la inclusión/exclusión. Desarrollamos una propuesta de intercambio entre familias, unas en situación de desplazamiento, otras excluidas históricamente de las dinámicas de la ciudad, y un grupo de artistas jóvenes. Cada artista (once en total) visitó una familia por un espacio aproximado de tres meses. En estos encuentros el tema de conversación era Medellín, como metáfora de la casa, y se iban proponiendo una serie de actividades artísticas para pensar este lugar, el barrio y todo lo que implica habitar una urbe como esta. Con el fin de obtener una mirada más “panorámica” de las condiciones de vida y los diversos puntos de vista, las familias estaban ubicadas en diferentes barrios (Carambolas, Carpinelo, Esfuerzos de Paz, La Torre, Altos de la Torre, El Pacífico y en el corregimiento Altavista). De los diálogos y conversaciones resultó la construcción colectiva de las vivencias que reflejaban sus sensaciones sobre esta ciudad. “Alejandro Lobo llegó por mí a la 1:30 p. m. como habíamos acordado, teníamos que coger la ruta 107 que nos llevaba a la Torre –un nombre común para los barrios en Medellín–, a este lugar se llega por otra de las calles empinadas de esta ciudad. Llegamos a los rieles y de ahí caminamos por un laberinto que da muchas vueltas hasta llegar a la casa de Flor” (Diario de campo).
Este intercambio facilitó la relación horizontal entre los artistas y las familias, y se entabló un diálogo desde dos lugares antes vistos como antagónicos. “Recorremos, vivimos en una ciudad que no nos pertenece”, nos decía Julián Urrego, artista que acompañó una de las familias. Era su primera vez en la llamada “periferia”, la ciudad que había transitado era otra; pero igual le pasaba a la familia que lo recibió: cuando Julián les mostró su casa, ese lugar que también hacía parte de Medellín, les pareció ajeno. Caminar por la ciudad, apropiarse de la topografía, construir y vivir sus formas de habitarla fue un propósito logrado. Conocer los saberes, la vida cotidiana, las maneras de entender y concebir la imagen del mundo, también hicieron parte de los diálogos cuya elaboración colectiva dio como resultado una obra de arte público con el tema de la inclusión social.
Finalmente se construyeron dieciocho casas: nueve artistas y nueve familias. Se trataba de unas formaletas que se intervinieron y con las cuales luego se realizaron unos recorridos que llegaron en distintos días al Parque de los Pies Descalzos, después al boulevard de Carlos E. Restrepo y, finalmente, al Parque de Bolívar. En estos lugares extendíamos en el piso un gran mapa de Medellín adonde los transeúntes también se podían acercar y marcar el lugar donde vivían. Fue una construcción colectiva. El aprendizaje era que lo podíamos hacer todos, que no había un protagonista. No queríamos establecer relaciones horizontales, sino establecer vínculos. De hecho hay vínculos estrechos entre algunos de los artistas y las familias con las que trabajaron.
Se escogió un código abierto, asimilable, que permitiera la interacción entre la obra y los transeúntes. La calle para nosotros fue un canal de comunicación, espacio para la exposición, la representación y la socialización, es ahí donde la ciudad es texto, allí se dibujan los intersticios para leerla e interpretarla de múltiples maneras (Argan, 2004). El arte, más que en objeto o producto de creación, se convirtió en el vehículo a través del cual se reconstruyeron o se crearon nuevos lazos. Ampliamos nuestra ciudad vivida, en cierta medida se dio una apropiación simbólica de los nuevos territorios y se propiciaron otros modos de intercambio, y más importante aún, de comunicación.
Me llegó primero una carta toda grosera, yo se la mostré a una amiga y me dijo que eso era de gente envidiosa, que no le parara bolas. Después me llegó otra, y ahí sí como que me dio miedo, pero como yo no tenía otro camino que coger, entonces me hice la boba. La tercera carta me la entregaron los niños por la tarde cuando llegué de trabajar, por la noche llegó un señor y me dijo que me tenía que ir, que ya me lo habían dicho muchas veces. Ahí entendí cuál era el mensaje…
Eso fue muy horrible, por la noche empacamos lo que pudimos, yo fui a pedirle ayuda al capitán del ejército para poder salir de allá. Él me dijo que me llevaba a Manizales, pero yo allá no conocía a nadie y tampoco podía salir con ellos, ¿se imagina? Entonces él me dio una platica para poder comprar los pasajes de todos. En el camino hasta Medellín se sentía un vacío muy grande, pa´onde coge uno, qué hace, a dónde va a llegar. Es una incertidumbre todo el tiempo. Sobre todo para los niños fue muy duro, es un cambio muy brusco de ambiente.
Yo siempre pienso en mi casita, la mantengo entre ceja y ceja, siempre tengo la esperanza de volver, quién sabe cuándo se podrá. (Entrevista a mujer adulta. Esta Es Tu Casa. Corporación Región, 2004).
La casa fue motivo de muchas conversaciones, se habló de la casa que dejaron, de la que habitaban en ese momento y también de la casa soñada –aquí en Medellín o de pronto en sus lugares de origen los puntos de vista eran diversos–. Muchas veces no sabíamos si estaban hablando de la casa actual o de la que dejaron, las memorias se volvían porosas.
A mí me dijeron que estaban vendiendo lotes. Vine, miré y compré un lote grande a unos señores que los estaban vendiendo. Al principio nos metimos en una especie de carpa que hicimos con plásticos amarrados. Éramos muy poquitos ranchos, si mucho tenía cuatro vecinos. A la semana ya había más ranchos y al mes ya éramos un montón de familias. Este rancho lo fui construyendo despacio; para mí, esto todavía no es una casa, vea todo lo que me falta. Pero esto era mejor que no tener nada, ya había rodado mucho. El trabajo no me daba para pagar el arriendo y comer. (Mujer adulta. Entrevista Esta Es Tu Casa. Corporación Región, 2004).
MULTITUD INVISIBLE ¨Esta es tu Casa¨ from Luigi Baquero on Vimeo.
Las familias que participaron en el proyecto siempre establecieron un paralelo entre la casa actual y la casa soñada, como un verdadero refugio en el que no tuvieran cabida las preocupaciones. Las definiciones alrededor de esta palabra se pueden condensar en la respuesta de una mujer adulta de Altos de la Torre: “Tener casa no es riqueza, pero no tenerla es mucha pobreza”. Para muchos de ellos, conseguir una vivienda, un lugar en la ciudad, era tener un resguardo y a la vez una manera de insertarse en la dinámica urbana.
Sin embargo, la Corporación Región en su investigación sobre Miedo y desplazamiento visibilizó los otros entramados ineludibles cuando se habla del derecho a la ciudad: “En torno a la precariedad de la vivienda se anudan temores cotidianos por el riesgo a la integridad física y también riesgos vinculados a la insatisfacción de necesidades derivadas: la unidad familiar, la privacidad, la autonomía” (Jaramillo, Villa, Sánchez, 2004, p. 97). Aunque logren tener su casa, siempre la incertidumbre de estar en el asentamiento, un lugar ilegal, catalogado de alto riesgo, con presencia de actores armados, pone en vilo su permanencia en ese espacio: “De aquí en cualquier momento nos pueden echar, esto no es de nosotros, lo único que tenemos son las tablas” (Mujer joven. Entrevista serie Tenemos Nuevos Vecinos. Corporación Región, 2004).
Acción artística Alguien quiere encender una luz para ver tu rostro. Foto: Archivo Corporación Región
Resumiendo
En cada una de las propuestas realizadas, partimos de la capacidad de agencia de los sujetos, las personas con las que trabajamos demostraron su poder para transformar sus condiciones y su contexto.
Reconocer el derecho que tiene a la ciudad la población en situación de desplazamiento era nuestra premisa. La sociedad exhibió las exclusiones y la fragmentación. El desplazamiento forzado nos puso en jaque. Ponerse en los zapatos del otro, mirar diversos asuntos que nos pasan colectivamente como ciudad, fue y es un ejercicio urgente en Medellín: “¿Se puede pensar la ciudad como un todo, tener de ella una visión global, o estamos irremediablemente limitados a no percibir sino fragmentos y a saltar entre ellos sin otra pretensión que reunirlos en un juego incesante de figuras o formas sin fondo ni sentido?” (Barbero, 1996). Yo espero que podamos pensarnos como ciudad, con fondo y con sentido, y para ello es necesario incluir eso que hemos llamado alteridad.
Hace un par de meses tuve la oportunidad de conversar de nuevo con los chicos de El Pacífico, así los llamábamos genéricamente. Los lazos construidos han permanecido durante estos años. Con ellos sumamos los fragmentos, tejimos redes, develamos otros aspectos que nos unían y comprendimos las similitudes y las diferencias que habitan esta paradójica Medellín.
Referencias bibliográficas
Argan, G. (2004). El arte moderno. Madrid: Ediciones Akal.
Bachelard, G. (1965). La poética del espacio. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Martín Barbero, J. (2011). Jóvenes: Comunicación e identidad. OEI.
Jaramillo, A., Sánchez, L. & Villa, M. (2004). Miedo y desplazamiento. Medellín: Corporación Región.