Han pasado 46 años desde que la Asamblea General de la ONU proclamó el 8 de marzo Día Internacional de los Derechos de la Mujer. Año tras año, esta fecha se aprovecha para hacer balance sobre los avances, retrocesos y retos que presentan los países para garantizar plenamente los derechos y libertades de todas las mujeres. Aunque los resultados son dispares, hay un factor común: ningún país ha logrado cerrar totalmente las brechas de género ni erradicar la discriminación y las violencias contra las mujeres.
Resaltar los avances será siempre fundamental, por el impacto que cada logro tiene en la vida cotidiana de millones de mujeres, y por ser la mejor manera de visibilizar las luchas que los movimientos feministas han adelantado durante más de tres siglos. Desde las exigencias de las francesas durante el siglo XVIII para ser incluidas en la declaración de los derechos humanos y ser reconocidas como ciudadanas, las fuertes reivindicaciones de las sufragistas del siglo XIX y los grandes debates sobre la división sexual del trabajo, los derechos sexuales y reproductivos y la participación política de las mujeres, propuestos por diversos movimientos a lo largo y ancho del mundo en el siglo XX; hasta el reciente triunfo de las argentinas con la legalización del aborto, la entrega de cuatro premios Nobel a mujeres en 2020, el inicio de protestas feministas en países de Oriente medio, la elección de la primera vicepresidenta en la historia de los EEUU, la victoria de una joven española en el campeonato mundial de motociclismo de velocidad, el primer partido de la Champions League arbitrado por una mujer, la conformación del primer movimiento político de mujeres en Colombia y el nombramiento de la primera mujer en la rectoría de una de las principales universidades de Medellín, entre muchas otras conquistas que no alcanzaríamos a nombrar en este espacio, son sin duda acontecimientos dignos de reconocer, admirar y agradecer.
Lastimosamente, después de un año de pandemia, es necesario centrar la mirada en los retrocesos. Los impactos diferenciados de la emergencia del Covid – 19 en las mujeres han puesto de manifiesto las desigualdades de género que perviven en todos los ámbitos de la sociedad. Según ONU Mujeres: “En tiempos de crisis, cuando los recursos escasean y la capacidad institucional se ve limitada, las mujeres y las niñas se enfrentan a repercusiones desproporcionadas con consecuencias de gran alcance que no hacen más que agravarse en contextos de fragilidad, conflicto y emergencia”.
Informes de diversos organismos internacionales lo ratifican, dejando claro que a nivel global, las mujeres se encargan de al menos el 70% de las labores de cuidado remunerado y no remunerado. Esto por un lado, las hace más vulnerables al contagio, porque están en la primera línea de respuesta, y por otro, pone sobre ellas la mayor parte de las cargas domésticas que ha implicado el confinamiento, triplicando su jornada y obligándolas a permanecer en el hogar por más tiempo, poniendo en riesgo sus trabajos, sus liderazgos sociales y políticos y su participación en los ámbitos públicos.
Otro asunto medular es el incremento de todas las violencias de género. El informe del Observatorio de Feminicidios indica que en 2019 en Colombia, 571 mujeres fueron víctimas de este delito, mientras que en 2020 la cifra ascendió a 630, siendo Antioquia, con 113, el departamento con más casos reportados. Las desapariciones también van en aumento, si bien a la fecha no se tiene una cifra actualizada, el reporte de medicina legal sobre el primer semestre de 2020 para Medellín, da cuenta de 50 mujeres desaparecidas, 37 casos más que en el mismo periodo del año anterior, de éstas, 29 son niñas y adolescentes menores de 18 años. De igual modo, el gobierno nacional ha indicado que durante el confinamiento se ha presentado un incremento del 103% en las llamadas a las líneas de atención a violencia doméstica y abuso sexual, evidenciando una terrible realidad: las mujeres están encerradas con sus agresores en el que resulta ser el espacio más inseguro para ellas: sus casas. A esto se suma el incremento de la pobreza en las mujeres, que según la CEPAL, durante la pandemia ha llegado al 37,4%, lo que significa un aumento del 22% en relación al 2019. Como si fuera poco, millones de niñas han dejado la escuela durante este año y nada garantiza que regresarán a ella, con todas las implicaciones sociales y económicas que tiene en la vida de las mujeres, la no garantía del derecho a la educación. Finalmente, se ha limitado el acceso a los servicios de salud sexual y salud reproductiva, debido al colapso de los sistemas hospitalarios, poniendo en riesgo la planificación familiar, los cuidados post parto y la interrupción voluntaria del embarazo.
Este panorama deja claro que hoy no se trata solo de avanzar, también tenemos el reto de no seguir retrocediendo, y para ello, es indispensable que las evaluaciones sobre las afectaciones de la pandemia incluyan siempre un análisis de género, y en consecuencia, las soluciones que se planteen contemplen acciones diferenciadas para atender a las niñas y a las mujeres. Pero, sobre todo, es fundamental incluir a las mujeres en la toma de decisiones sobre los programas que se vayan a llevar a cabo para mejorar sus condiciones de vida. Los Estados, el sector privado y la sociedad en general están en la obligación de tomar medidas afirmativas inmediatas para garantizar los derechos y el bienestar de todas las mujeres, que en ningún caso pueden ser vistas como una minoría, pues representan el 51% de la población mundial.
La meta sigue siendo la igualdad, aún en tiempos de Covid, por eso no es momento para quitarse las gafas violeta, al contrario, se requiere reforzar la mirada crítica, fortalecer la juntanza, mantener la solidaridad y continuar levantando fuerte la voz, pues como dijo la escritora y activista feminista Rebecca Walker, la lucha está lejos de terminar.